Las razones de la sal se da a la lectura como El castillo de los destinos cruzados, de Ítalo Calvino, con la distinción de que no son las cartas de tarot las que espejan las historias narradas sino los juegos del amor y el deseo, la literatura y la imposibilidad de la lectura. ¿Qué mundos se crean cuando se abre un libro? ¿Qué afectividades explotan cuando aparece el otro? Las voces del texto, que leen, que piensan, que sienten, arman un bucle imperfecto que difiere y desplaza una intriga que no termina de precipitar: quién es quién en esa historia, ¿de uno?, ¿de dos? ¿Qué leen y cómo leen; qué bibliotecas arman y desarman, cómo acercarse a uno de los textos más significativos de la literatura? Los cruces, los desvíos, las intersecciones, las reescrituras, los encuentros fortuitos, los fantasmas, se replican en los hilos narrativos y constructivos: ¿es la rubia?, ¿es Molly?; ¿quién mira y es mirado en esa historia? ¿Qué artilugios literarios asedian y borronean las posibles certidumbres del texto? Las razones de la sal despliega ficción crítica tironeada por el fuego que hay que apagar y por la escena mítica que se tiende entre un libro, un escritor y un lector, en la que laten no sólo poemas y novelas, sino también una historia y una crítica de la literatura. Silvana López.
Fragmentos que más que el todo, teoremas de secreta voluntad de instantes. El insaciable vértigo hacia la palabra, con el temblor de una enunciación que va a revelarse indestructible, el poema, dirá la autora de diversas maneras, vence al tiempo.
Venablos es el impacto sobre un estar en la incesancia escritural que convive con textos en los bordes del asedio, con Errancias del ayés y Conversaciones con Žižek, conforman una ruta clandestina de coincidencias, interacciones, transformaciones, como una pintura en la que el artista rectifica levedades y conduce la expectativa y el efecto por diferentes recursos. En Venablos se revela el recorte y el transcurso de la insistencia en redefinir el sentido.
Oitos Rossi.
Del libro Venablos:
31
La composición anamórfica se desvanece para quien adentrándose en el misterio asimila el valor de las palabras y asume las estrellas como los marineros, acercamiento, descubrimiento, resplandor, aunque estaban allí la mirada es nueva, islotes sin derroches, cristales, el lugar del brillo de los no lugares, mis pensamientos.
Uno de los 16 puntos que componen el POSFACIO, por el escritor, crítico, poeta chileno Nicolás López Pérez.
1. En el mismo canto tercero del Inferno de Dante Alighieri hay varios versos sobre los que podríamos estar semanas, meses hablando. Con todo, es preciso destacar el capoverso: “per me si va nella città dolente” (por mí se entra en la ciudad dolente). Esta es una introducción inmejorable para la puerta de entrada al infierno: “lasciate ogne speranza, voi ch'intrate” (dejaos toda esperanza, vosotros que entráis). Dicho esto, ¿qué hacemos aquí cuando a nuestras cabezas viene la consigna ya cliché de “la esperanza es lo último que se pierde”? Las lecturas pueden ser vastas. No nos compliquemos con un debate que no se dará ni ocurrirá en lo sucesivo. Vale quedarnos con la idea de un camino en que el sufrimiento y el dolor son indefectibles, son insoslayables a la experiencia. Del epígrafe extráiganse las ideas de “suspiros, lágrimas y (altos) ayes”. Este no es un punto de partida, sino de llegada. La excusa es Dante, pero ya nos hallamos no en la mitad del camino, sino al final de la obra de Ana Abregú Errancias del Ayés. Desafortunadamente, este posfacio o retrospicio (como he decidido, arbitrariamente, llamarle a estas líneas) exige rebobinar toda la película y volver a fijarnos en la mayor cantidad de detalles posibles pasados por alto en una lectura al volo o rápida. De seguro habrá más en una tercera, cuarta, quinta lectura. Un libro con tamaña complejidad no se lee solo una vez. No.
...
FRAGMENTO.
“…el silencio trasforma la oquedad en espacio propicio para la imaginación.
¿De dónde procede esa magia? Tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche que habilita la creación. De ahí, pienso, en esa memoria recobrada que tiene su residencia en la memoria compartida puesta en la letra de Conversaciones con Žižek.
Esta contra-obra debería leerse como una suerte de breve diccionario de la imaginación poética cuyas «entradas» versan precisamente sobre el funcionamiento sin puerto de destino que se asuma como el final de partida.
Ego, memoria, atención, sensibilidad, literatura, filosofía, poética, son algunos de los tópicos que conforman el telar en el que se teje con restos de pensamientos apropiados por las palabras
… la querella entre los filósofos y los poetas, que para Abregú, al igual que para Válery, la victoria es de los poetas, ratificada por la admiración de Heidegger a Hölderlin.
…
La escritura de Ana Abregú trastorna los lugares recurrentes de los géneros con los que habitualmente se vuelcan los tópicos asumidos como materia especulativa, hace partícipe de las conversaciones al lector que ve mientras en ausencia bordea bordando en los bordes de los temas aludidos, se abre a la búsqueda de la instancia poética como el punto en el que se desbarata lo ya visto, lo ya leído. Se sale de la lira a la que se regresa injertando el afuera de los otros textos en un tejido que es un entramado entre innumerables otros que se repiten en la casa de voz narrativa, que es también la de Žižek y del lector.
Fragmentos del Posfacio, Roberto Ferro.
Melopea, arte de producir música o melodías. Término griego latinizado, correspondiente a ?????????. Música antigua, regularmente, el componente armónico, cuyo efecto se llamaba melodía.
El efecto de jolgorio que deviene de la ebriedad hizo que melopea pasara a significar borrachera.
La expresión sonora, que embona con ambas ideas, fónica, armoniosa: "le gustaba chuparle el rabo a la jutía". Expresión cubana que significa empinar el codo, le gusta beber.
Una palabra que me resulta simpática es la que refiere al día posterior a la melopea, en Colombia: guayabo.
¡Ay amor! Mi rada ala luna
Llena hila riela libera eras
Erarios ríos espléndidos
Reflejos lejos ojos amor.
Ala melopea
Ana Abregú.
Entre las cosas que propicia el azar, las derivas de textos en los paradigmas que proponen las redes sociales, son lo más parecido a una biografía.
Este texto es una épica de lecturas, escrituras, intervenciones, relatos, poesía; la huella de la perseverancia entre asimilaciones, reflexiones, contradicciones.
Crónicas de un estar entre realidad y ficción, intrahistoria sobre pequeños mundos personales, efecto de identificaciones, modalidades de contactos culturales que incluyen viajes en el tiempo.
Acaso inventario y reconocimiento de un proceso, quizás errado, de la andadura literaria, revelar un paisaje de mímesis entre discursos, creencias, mitos, emanaciones escriturales para dar cuenta de la perplejidad; diferencias entre el sujeto cultural, que representa la obra de la autora, y el pensamiento ecléctico de esta época.
Cito un fragmento:
“«Cuándo puedo decir que soy escritor», se lee por ahí. La respuesta simple: cuando tu nombre se convierte en un resorte que detona expectativas.
Nombre, en el sentido del psicoanálisis, el que otorga existencia; sin embargo, ser escritor, impone otras coordenadas, cuarta –tiempo–, o quinta –metafísica–, dimensiones.
Algún tipo de lector se apropiará del a priori del ser escritor, y sobreabundará en la construcción del mensaje, con afirmaciones discontinuas, pero repetitivas, «qué gran escritor», bajo el mantra tautológico de “Ser escritor, es ser escritor”.
Pero en la profundidad de la punción lenitiva, se reconoce el gesto del estereotipo, la subjetividad que tensiona el nombre en el sentido contrario, no sos escritor si no rompes el molde que te cuantifica en libros o lectores, serás escritor, con el próximo libro, o el que le sigue y sigue, y el próximo…”
El fuego es un más allá del pensamiento
Por Roberto Ferro
La incandescencia, escrita y reescrita en los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú, impone a la mirada lectora que los recorre un campo de intensidades, territorios donde se intersectan gestos de un pensamiento impuro, nunca alterado por el descubrimiento de la verdad sino que aspiran a la disposición de formas lábiles de un decir poético más que reflexivo. Ninguna de esas incandescencias se deja falsificar en una cómoda representación; mucho menos es posible semejante reducción a medida que la figuración, con su insistencia, se estratifica más y más, y se complica semánticamente. En los textos de Ignitos, las iluminaciones de las brasas se diseminan, se expanden, iluminan y también se enlutan y debilitan, acaso porque solamente así es posible que emerjan, en agónica confrontación, las ideas en su fuga perpetua, sólo entreverando, de modo indecible, esas fulguraciones se entrevén insistentes las huellas de la memoria o las ausencias inasibles del olvido. Al modo de los pensamientos intempestivos nietzschianos, las voces que profieren los fragmentos se presentan como la diversificación de fuerzas casi personificadas que se sitúan, alternativamente, al reparo de tradiciones proclamadas y de la intemperie de las innovaciones de las cegueras de los estereotipos; desde esos puntos de ignición es posible vislumbrar cómo la palabra impulsa a descubrir un algo que le es exterior o anterior, un mundo que lo influye y lo determina. Es a ese punto al que tienden las iluminaciones, un punto en el que las voces no se consumen en el ardor de las deflagraciones sino que se desplazan por la incesancia de la danza de cada llamarada; hasta las más tenues son una red de estancias móviles, estancias que son simultáneamente la quietud y la agitación, como un río cambiante, como una mutación discontinua y obstinada de significaciones.
“Hay días de tiempo perpetuo, infamantes”, así la repetición, una forma anticipada de la muerte, se trastorna en el anuncio de una amenaza: el de la finitud de lo invisible, el ojo que lee queda entonces atrapado en las estrías del sueño de la piedra y vacila frente al laberinto de la letra que es siempre otra cada vez, “A la pequeña cosa, sellada en una piedra, donde la eternidad dejó su huella”.
“Decepciones, savia del empecinado seductor: el tiempo”, mientras se expande declina, en esa tensión da a leer su propia paradoja, la finitud, tal palabra es en definitiva para sus lectores una palabra imposible, nunca nombrada a los largo de todas las secciones. La obra de la escritura de Abregú consiste en atenuar la plenitud del vacío, decir tiempo para que el ojo se quede un palmo más acá de la simple representación y se deslice al abismo interminable de la continuidad, que es para el lector un más allá, siempre otro cada vez.
“Desbaratar el orden diáfano, fortuito, desigual; borrar las líneas de las manos, entrar lentamente en el paraíso de las trivialidades, la razón; matar al tiempo”, esa palabra que retorna en la escritura de Ignitos, retorna con la tenacidad del olvido y con la infidelidad de la memoria, nombra a través de un exceso la precariedad de la presencia en el sentido de fulguración; en efecto, es en la ausencia que la palabra poética encuentra su posibilidad de emerger a la luz, pero es en el sentido de un inevitable declinar el que conduce por el estrecho sendero múltiple y único del laberinto. La palabra poética desborda el pensamiento, el pensamiento debe elegir los sentidos, acordonarlos, regimentarlos, le resulta insoportable la confabulación entramada de la multiplicidad de una pasión anunciada en la lumbre de cada ardor.
La ignición en la textualidad de Ana Abregú habla una lengua en la que el pensamiento queda excedido, éste debe su lucidez a las operaciones de elección, entre presencia y ausencia, “Sin alas ni memoria, todo ese pasado imperfecto memoria y olvido”, entre fulguración y opacidad, en cambio la palabra poética arroja su red de fuego sobre la memoria, “A las sangres extintas, el sabor disimulado, el adiós hecho de conjeturas, armonías, memorias secretas, lúcidas, caudalosas, margen, itinerario y pocas palabras que no alcanzan para el olvido”. El pensamiento se conforma en el interior de un juego de elecciones, la palabra poética como exceso desmonta el compromiso que el lenguaje tiene con la especulación intelectual, su gesto es un exilio, al mismo tiempo que una repatriación, ambos tramados de modo indecidible y en tanto que suplemento se abre a las infinitas formas de la oscilación que los une, los separa, los contamina, en un eterno retorno de la diferencia.
“La pasión elige sus resortes, su poder roza la crueldad, la vida se vuelve una parodia de excesos y la gravedad no aplica al cuerpo”, porque la vida, la sensación de vida, aludida por Abregú en su escritura, se afilia con el sentimiento de la existencia, que a veces suele vincularse a una intensidad gloriosa, pero que necesariamente se impone para su culminación de un cierto vacío para que configurar una identidad, incluso cuando la pasión amorosa emerge jubilosa es porque hay un vacío en el lenguaje que impide nombrarla con nitidez.
“El espejo roto es una historia congelada, como una fotografía, reflejos exasperados, ávida luz, fulmínea, un tajo en la mirada, como romper una llave al enigma de otro tiempo, la paciente red de cazar gestos”. La luz se teje con el ojo y la mirada, se teje por el ojo y la mirada en la repetición y la diferencia, así en los textos de Ignitos la luz que Ana Abregú escribe, y que se da a leer, como el sol se muestra y desaparece, está en la materialidad de la letra pero ausente en la necesidad de la repetición, se deja leer, se ofrece a la mirada pero se torna invisible y vacía en el desplazamiento, en la migración, en la duplicidad de los espejos, en lo que hay de resto visible en la noche invisible. La luz de la ignición y las marcas que dicen su permanencia lábil se unen en una serie cuyas estaciones son las innumerables modulaciones existenciales, y cuyo enlace es la remisión misma, el entramado interminable, el más allá, el otro lado, el movimiento del aparecer deslizándose a la ausencia, el tránsito, el pasaje.
“Hay maneras de confiar al cuerpo afinidades, abandonarse al antojo del énfasis epigramático, tallar la presunción de un comienzo, armar la causa, extenderse fuera de sí. Ser en tu mirada”. La palabra poética de Ana Abregú, digo el resto, el encuentro, la confabulación de la mirada fugaz de que la lea y su escritura enhebran un juego de postergaciones infinitas, así ligadas a la promesa de que la amenaza aleve de la finitud puede ser conjurada, es posible imaginar que en la permanencia testamentaria de esa escritura, se inscribe la huella en la memoria del olvido como una gota de luz, que tiembla como las llamas de una fogata perpetua, una gota intermitente, indecisa que parpadea, quizás la culminación de un viaje por los márgenes de la palabra, un viaje en el que el lector, pienso el viajero y digo el lector, imagina elegir el camino mientras no advierte que él mismo es el trazado del laberinto. “Exorcizados, limpios, oímos y escucha, litigio en tránsito, la lluvia replica los espejos del laberinto al arbitrio de poemas; huella y brevedad, organizan la combustión que neutraliza la melancolía y su percusión”.
He leído los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú asediado por la conjetura de que un libro nunca está terminado, que siempre se puede encontrar algo para ser para presentar una palabra suplementaria que, despojada aquí de las instancias mediadoras de la evaluación crítica, le permite interrogarse acerca de las motivaciones que incitan su práctica, de las singularidades poéticas que la definen o de la peculiar inserción en el devenir histórico que asume, sea con relación a una tradición literaria específica o en el contexto de procesos culturales y sociales más amplios.
Los fragmentos epigramáticos de Ignitos se caracterizan precisamente por crear un espacio de indeterminación entre la poesía, ficción y una especie de autobiografía de lecturas. Lo que complica un poco la aparente separación entre una voz discursiva distinta en los ensayos e intervenciones críticas o la luminiscencia de las imaginaciones literarias.
No hay en la escritura de Abregú un gesto lindante con la revelación, sino más bien estallidos de un fulgor y sus incesantes resplandores, poniendo en la traza de sus palabras la gran cuestión de todo escritor, sin distancia, el mundo, las cosas, los otros, abruman. Por eso no hay convocatoria a testigos que se conmuevan se desmonta el presente para reescribirlo como futuro del pasado, aquí donde toda sublevación es una mueca pasajera.
Este libro consuma la continuidad de una voz incisiva de la literatura argentina contemporánea. En la escritura de Ana Abregú, en la continuidad de su escritura la luz del sentido no se debilita si logra perturbar la mirada lectura, por eso busca su complicidad, se deja atravesar por ella. Para mi mirada de lector, la incandescencia de su imaginación habilita lo propio de la voz, las estrías de la piedra anuncian los temblores del desierto y yo me entrego a los tenues rumores del mundo y a las irradiaciones de una lengua poética única.
Buenos Aires, Coghlan julio de 2022.
El valor de este texto, bajo la denominación de crónicas, establece relación con vida, el hecho real, no la palabra. Es la expresión de perturbaciones al azar, visiones sobre el estar poético, insistencia en el montaje de teorías tan frágiles o tan sólidas que no se puedan diferenciar. La andadura errática de este texto, comienza con la pandemia, cuando creí entrar a un túnel y se convirtió en un laberinto; transferí mi atención al análisis de vanguardias estéticas, un ir y venir en el tiempo, acaso detenerlo, repetirlo. Este es quizás, un texto sobre un instante en que el mundo cambió, de personas se transmutó a medios, textos, post, voces, videos, impresiones, literatura, torceduras temporales, desdoblamientos, virtualidad, redes sociales.
El pasado y presente de los “ismos”, puestos en tensión con el objeto de preservar una memoria. Es un texto sobre errancias y perplejidades, un intento de asir el tiempo, un modo de neutralizar la espera de la reactivación del mundo.
Mientras escribía esto, publiqué alrededor de catorce libros, en un total de dieciocho. No creo que este constituya una pista sobre ellos, tramas o sentidos, sino, por el contrario, da cuenta de los vacíos; sin justificación de comienzo o fin, es eso: huellas, señales, incertidumbres, testimonios de imposturas.
POSFACIO
Si titular es, de alguna manera, revelar sin anticipar, el título de este texto de Ana Abregú no solo interpela al lector sino también anuncia, despliega y abre una serie incalculable de derivas de sentido que a un tiempo exhiben su propio develamiento sin que eso suponga clausura o conclusión. De hacer caso a tales palabras, lo más sensato sería comenzar estas líneas expandiendo ese título sin glosarlo: Pentimentos, el arte de superponer sedimentos. Y a continuación, lo que voy a hacer, más modestamente, es dedicar estas breves líneas a desarrollar lo que el título anticipa. Debo comenzar por aproximar un lente de aumento a mi mirada lectora, de manera que aparezcan algunos rasgos que operan como cifras de núcleos semánticos plenos: arte, combinar, fragmentos; en fin, disponer hibridaciones genéricas como precipitados, cada entrada es una especie de centón en el que convergen como inestables superposiciones a la manera de palimpsestos que bien podrían haber ilustrado Escher. Ana Abregú, con una fina maestría va disponiendo capas superpuestas de sedimentos de voces líricas, voces narrativas que atraen a la linealidad de sus fragmentos intersecciones en las que se asoman como tentativas de múltiples destellos de discursos filosóficos, literarios, políticos. El sentido de un pentimento testimonia nítidamente una situación en la que es posible reconocer la especificidad de su gestualidad, lo que se da en sus enlaces, envíos y remisiones no es identidad ni plenitud de presencia alguna, sino más bien una tensión entre la simultaneidad del trazo y el sedimento significativo que se confabula con la ausencia de lo anterior. El sedimento de la escritura presente y la ausencia de lo que la antecede son dimensiones autoimplicadas bajo la perspectiva de la diferencia. La función del pentimento sólo puede concebirse en el entramado siempre inestable entre el par presencia/ausencia. En la instancia de pensar la consistencia y el espesor de esta obra de Ana Abregú, los sedimentos activos sobre los que se asientan y de los que divergen forman parte decisiva de su configuración. Para finalizar, un aviso en forma de sugerencia para los bibliotecarios del futuro, será necesario abrir una clase única e inédita para un texto único, allí podrán ubicar Pentimentos de Ana Abregú.
Roberto Ferro
Todo testimonio procura una voz, de lo que no tiene voz. Supay es una dicotomía confinada en la disposición jerárquica del tiempo. En Supay, Luna desterrado –en el sentido de estar suspendido en el aire, quizás–, mientras la pandemia le traza límites invisibles. La complejidad del control sobre sí mismo parece disiparse. Enamorado, perplejo, imbuido en el magma de la poesía, huye hacia su mente, hacia otro cuerpo insustancial y hacia el propio. La irrealidad sutil parece instaurada. Si en Dédalo –novela anterior, biografía apócrifa–, Luna se trasladaba en la geografía y confrontaba la inmaterialidad de las voces que guiaban su estar poético en pandemia, en Supay enfrenta un monstruo, la caducidad del movimiento y el desdoblamiento del tiempo.
Ana Abregú da cuenta de la historia de Luna, obstaculizado y sin itinerario; le otorga voz al poeta que lucha con el desprendimiento del olvido en el borde de un yo sin identidad, intentando descifrar los signos de su destino. Supay es el relato paradójico entre el fuego de la poesía y el amor, en la intimidad del lenguaje y el deseo.
Oitos Rossi.
El pasado absoluto impulsa la muerte futura. De ahí que el comienzo de la novela coincida con una muerte, como un tiempo aplastado, sin salida, sin escapatoria, porque hasta su campo ciego es un precipicio. La poesía es el horizonte estético de La mujer fingida de Ana Abregú y, correlativamente, la instancia del anclaje inestable y conjetural de su relación con el lenguaje. La nitidez de las descripciones se asienta en la fuerza poética con que se dice la percepción. Las voces narrativas de la novela figuran los escenarios, las variaciones de la luz, los reflejos, los movimientos, y la precisión sensible de esas imágenes se diseminan en la trama. Si tomáramos como válidas las categorías de mundo y escritura, podría afirmarse que el proyecto de escritura de Abregú, afirmado en esta novela, da a leer una trama sinuosa por la se asoman los resquicios por donde se filtra una historia constantemente acechada por la dificultad de ser contada; la escritura acosa el mundo sin alcanzarlo, pero exhibiendo sus perfiles difusos y amenazantes. Las acciones se suceden cribadas por la impotencia de un lenguaje para nombrar los acontecimientos, revelando su incompletitud, por sus rasgos inenarrables, por los innumerables puntos de fuga de la certeza. En La mujer fingida se despliega con maestría el arte de la descripción para aproximarse de modo inigualable a narrar la dimensión perceptiva. Abregú deja que el relato aluda a los movimientos de sus personajes narrando de manera singular y única las vivencias que los conmueven. Con un nivel de detalle magistral y una gran profundidad compositiva, La mujer fingida describe las peripecias y narra las percepciones. Ana Abregú consigue crear una mirada inquietante sobre la consistencia de la vida y sus entornos en una novela perturbadora.
Roberto Ferro
La historia que se cuenta en Neón tiene tres personajes principales: la Costurera, el Viajante y el Alcaide de la prisión; caracteres prontos a ejecutar el dominio con brutal desgarro. La protagonista fue Celadora en la cárcel del distrito y devino Costurera no solo de telas, también del himen de las novias de los presos. Nunca ha sido mujer de un solo hombre, convive con un ex presidiario convertido en Viajante, pero desde su nacimiento pertenece a Alcaide, su Tutor. Esta atractiva obra, dividida en tres partes, expone las peripecias de personajes adictos a rivalidades, mentiras y traiciones. Liliana Heer una vez más embiste convenciones produciendo en el lector un duelo entre la realidad y los tesoros de la imaginación. Estamos frente a una narradora hábil en agudizar tensiones, donde los acontecimientos interpelan. "Los personajes comienzan a expandirse, esperar encapuchados la aparición de algo desconocido". Tal vez, la mayor eficacia de Neón mar el efecto cresta de ola: deleite por los contrastes violentos, simultaneidad de escenas, diálogo entre palabra e imagen.
Cuando cumplí catorce años, mi madre propuso que nos suicidáramos. En realidad, ella no utilizó esta palabra, fue una simple sugerencia exenta de patetismo. Lo dijo y no lo dijo, habló del agua y del escollo entre alcanzar la dicha y hacerla perdurable. Bastaría caer juntas, abrazadas, radiantes. Repetir la cacería es una nouvelle que perfora el espinoso núcleo madre-hija. Estamos ante una epopeya moderna donde se narra el resplandor entre una generación y otra. La obra comienza apelando a una oposición literal: el “No teníamos nada que decirnos” que llevó a Meursault -el personaje de El extranjero de Albert Camus- a internar a su progenitora en un asilo. El personaje central de Repetir la cacería no tiene nombre, su mejor amiga se llama Gerty, igual a la adolescente que inspira a Bloom a masturbarse en Ulises de Joyce. La amistad entre ambas jóvenes da aliento a la protagonista violada, posibilita el atravesar esa traumática iniciación: Una solo no se salva. Podríamos situar a Liliana Heer como una de las precursora de la ética Ni Una menos.
Liliana Heer sitúa a Hamlet en el Siglo XX. Hamlet & Hamlet es un duelo amor-odio entre el hijo y el padre: Hamlet convoca al Espectro y le reprocha sus desvelos por satisfacer el imperativo de vengarlo. En esta novela, el protagonista alterna el pasado real con los pasados más recientes en el que diversos autores se introdujeron en el personaje shakesperiano. Dice que se dijeron muchas cosas sobre él: “lento en las antesalas de su venganza jugando tristemente con una calavera” (Borges). Se compara con Fortimbras, un actor del futuro sin intrigas familiares, mientras él siempre estuvo metido en una cáscara de nuez. Se pregunta cómo pudo olvidar que la política es la coordinación de los acordes y los desacuerdos. Enuncia con dolor, pobre Cetro, regalar nuestro reino a los noruegos. Comenta que recibió críticas pero también elogios por contemplar el oscuro paso de la guerra a la paz, la inmensa turbación a la que lleva. Vuelve a comparar el presente con el pasado cuando el escándalo aún tenía riendas. “Hablaba solo para afuera y para adentro porque No existe soledad en quien se escucha. Después de tu llamado debí aprender, y a vivir no se aprende, padre.”
Pretexto Mozart es una curiosa mirada sobre la ópera Don Giovanni. Liliana Heer ha descubierto un hábil pretexto para escribir lo de-generado, planteando el fuera de límite entre estilo y trama. Sus personajes se alteran sin rendir cuentas, las voces de lo urbano y lo rural convergen, instigan, dialogan hasta subvertir las capas de tiempo. A través del retrato de una pequeña comunidad, se vislumbra la lógica de una época clave de Argentina: el inicio del peronismo. Belén Gautier, la protagonista, habita el escenario múltiple de la memoria involuntaria proustiana. Su erotismo prolifera en diversos tonos: “El territorio está minado, mis decires amenazan. Tengo en los brazos a un hombre mayor que mi padre, se ha quedado dormido, lo llaman Ezequiel”. Escritura sin red, poblada de mitos, supersticiones y creencias. Es difícil permanecer inmune al vértigo de esta novela rica en condimentos: adulterio, encierro, locura y muerte.
Las acciones de los personajes de Señales del tacto de Ana Abregú no transitan narrativamente un camino previsible, no se dirigen de un punto de partida, inscrito ya de antemano en el movimiento inicial. Tampoco se dirigen a un lugar en particular, no quieren llegar a ninguna parte. Es como si se recrearan en el movimiento mismo, aleatorio, fortuito, sin fin. La narración los arroja a una red de senderos azarosos, unas veces convergentes, otras veces disidentes, que más que responder a un destino prefijado, parecen estar ahí tan sólo para evidenciar su precipitado: la ausencia de todo punto de partida previsible. La novela despliega un conjunto de alusiones explícitas y referencias trasversales a la conjunción perceptiva de la mirada y el tacto, poniendo en tensión la temporalidad existencial y el trascurso con que la escritura lo representa. En Señales del tacto la percepción se relaciona de forma estrecha con el problema de la figuración de la realidad. La novela de Ana Abregú despliega una luminosa prosa narrativa, con ritmo que fluye con dominio y destreza, y una inteligencia que irrumpe en cada página y que vive en los personajes con lucidez seductora. Señales del tacto es la confirmación de la emergencia de una voz de un tono distintivo en el panorama de la literatura argentina.
Roberto Ferro.
Publicada en 1890, y casi en simultaneidad con los hechos históricos novelados, El conventillo (0 cortiço) es un hito en la narrativa naturalista brasileña e iberoamericana. Con el modelo de Zola en La taberna (L’assommoir), Aluísio Azevedo recrea un conventillo en el barrio de Botafogo (Río de Janeiro) con su mundo de lavanderas y artesanos, patrones, esclavos, venteros, financistas y aristócratas, en una galería de personajes típicamente brasileños. Entre otros: inmigrantes portugueses, artistas y músicos, ricos venidos a menos, gente de bajos fondos, prostitutas y mestres de capoeira. En este universo ficcional se destaca, como un arquetipo, la imagen de Rita Baiana, sensual mulata, feminista avant la lettre, farrista y solidaria, eximia cocinera. Una personalidad que, a partir de este novela, el imaginario cultural se encargará de copiar y recrear.
Ángeles de vidrio comienza con una escena inolvidable. Iván rompe de un botellazo el espejo de un bar donde Leonor trabaja de camarera: ante la intempestiva situación ella ríe a carcajadas multiplicando el caos. Algunos clientes arrancan fragmentos de espejo, se suben a las mesas, patean las esquirlas mientras el dueño la despide a gritos. Ya en la calle, ayudándola a juntar sus cosas, Iván advierte que Leonor está embarazada. Sin dudar, la invita a vivir en su edificio que tiene numerosas habitaciones, un invernadero y un teatro en el que ensayan la obra Do you want to play the drums? Los personajes de Ángeles de vidrio ensamblan sus vidas en puntos de quiebre, inventan nuevos modelos ajenos a todo tipo de convención, atraviesan dogmas propiciando el advenimiento de un mundo diferente. Leonor, la protagonista, le prestará su virginidad a Raquel para que negocie un momento de ilusión.
Textos breves que conforman pequeños mundos. Amor, humor, sarcasmos, revelaciones, fantasías y hasta el ínfimo mundo de criaturas de la naturaleza revelan con intensidad su presencia.En estos relatos se impone una perspectiva única respecto a personajes e historias.La escritora, con presencia en el género novela, con esta entrega de género breve incursiona con audacia y casi prepotente mirada.No decepcionará al lector más exigente, no sólo en propuestas literarias, sino en temas y diversidad de enfoques. Contratapa y prólogo: Roberto Ferro. Ana Abregú es editora de la revista Metaliteratura. Ana Lexton.
Como en la cita de Heráclito nunca se leerá dos veces el mismo Don Casmurro. Cada relectura ofrece nuevas sospechas al lector, que entra en el juego de resquemores del narrador protagonista. El joven, la novia, el íntimo amigo; el esposo, la esposa y ¿su amante? Un hijo, ¿quién es el verdadero padre?Esta incertidumbre ahoga a Don Casmurro, ¿es cierta la infidelidad de Capitú? ¿O son sólo la imaginación desbordada y los celos enfermizos que trastocan la realidad? En esta novela magistral, Machado de Assis no solo propone un enigma; construye una galería de personajes y situaciones que retratan la sociedad carioca de su tiempo.
El asesinato de un historiador del arte en el Palacio Barolo, uno de los edificios más emblemáticos de Buenos Aires, construido en homenaje simbólico a la Divina Comedia, es el punto de partida de una cadena de acontecimientos siniestros con los que se enfrentará un discípulo y amigo de la víctima cuando emprenda la investigación de su muerte. Los continuadores del régimen nazi han urdido una vasta conspiración que se mantiene en las sombras y manipula la trama de los peores atentados que han asolado el mundo en los últimos años. Elio Veneri confirma su capacidad de eximio narrador del suspenso y el misterio con Misión O.D.E.S.S.A. - Operación Cielo. No hay respiro para el lector porque el ritmo de la historia lo atrapará con acciones que se suceden raudamente, con un notable tratamiento minucioso de los detalles y con una gran profundidad psicológica en la construcción de los personajes. En su vertiginoso relato se revela el lado sombrío de los episodios, el contraste entre lo que se hace creer a la opinión pública y la verdad descarnada que oculta el proyecto de retorno del Tercer Reich al poder.
Roberto Ferro