Las historias más antiguas vuelven a contarse, cada palabra y la amplitud de sus significados expanden el fenómeno de sus impactos, cada gesto de escritura es a su vez una huella que descompone las horas, los segundos, el espacio; este es el transcurso y el optimismo en el recurso de la palabra como gestión consolidada del tiempo, de la inestabilidad de la insistencia en una búsqueda, la infinita serie en que la escritura pretende dar cuenta de una realidad, algo entre vivir y vivir en la escritura y su reverso: la lectura.
Este libro es, quizás, la auto figuración que no pretende convertirse en otra cosa más que la puesta de aporías personales, la emergencia de una singularidad: el estado de escritura.
En este estar discontinuo hay géneros, construcción, dramaturgia, textos retrospectivos, una andar excéntrico, es decir: fuera del centro, representación dentro y fuera del cotidiano.
Un panóptico de escrituras que quiere acomodarse a una vida de desplazamientos sobre lecturas; no comienza en este texto, y espero que tampoco termine en el mismo.
Antalia Isim.
Sílabas del silencio
El poema fragmentado, fragmentario, narrativo y lírico, refleja una percepción apasionada y visceral que zurce la escritura y las sensaciones, el poema y la vida, el amor y la escritura. A partir de pequeños estallidos, de una narración escatimada, de sensibilidad íntima, el texto va y viene a través de diferentes experiencias que son contadas a partir del resplandor que emanan de un cuerpo ausente que se configura personaje a partir de esos pequeños trozos de expresividad liviana, suelta, impasible y tersa. Como otra forma de atrevimiento, Ana Abregú explora, en el mar incierto de la combinación sensorial, los modos de decir el abanico incierto e inefable de la piel y la carne. El gesto inicial es, tal vez, dejarse avasallar por las palabras y las sensaciones, surcar atravesando los espasmos, pequeños trozos de aliento deviniendo experiencia. Luego, ante la belleza y el acierto, el tiempo que no sucede como condición sino como extracto -leve caminar de hormigas, hormigueo de la brisa en los párpados- las posibilidades de decir en el estallido del orden, concierto de imágenes y vaivenes sentimentales, la calma de un enjambre a sabiendas conocido y fantástico. El amor. La vida. El universo. El tránsito incansable, cansino.
El primer epígrafe, de Macedonio Fernández, propone una primera aproximación vinculando la lectura a la idea del deseo eterno incumplido. Tántalo no logra alcanzar lo material para abastecer su función vital pero es un Dios, así no muere ante la insatisfacción. Solo vive deseando un imposible. Si bien en la praxis de las acciones narradas el amor parece ser una posibilidad fáctica y realmente vivida, descripta desde el placer de ser en el texto y en la vida, multiplicando sus posibilidades en miles de sensaciones activas y silentes; la idea de lo inalcanzable podría estar sugerido en lo complejo de la transmisión de manera tal de que lo narrado le haga justicia a lo inenarrable cuando la que habla es la piel y las palabras sobran o ensombrecen, aletargadas en el orden bellísimo logrado en el papel. El mundo como tropel de significaciones inalcanzables, cede ante la escritura como una reverencia de lo que no puede decir ni callar.
...
El trabajo con la palabra y el mundo es bello y apacible, profundo y transracional. La búsqueda es Anhelante y sensual, esta nueva apuesta de escritura se contrapone a la insensibilidad y la abulia que los nuevos modos de vida virtuales proponen como forma de las relaciones estableciendo otros tipos de redes posibles que convergen en espacios de plenitud y reflexión.
Laura Rotundo.
En el proyecto novela se convive largo tiempo con los personajes; la escritora cambia y es difícil mantener el hilo, el registro, la organización. Hay que sostener coherencia, objetivos, registros de personajes, dominar el tiempo del relato y el espacio, el tiempo de narración y espacio de narración. Demasiados elementos. Sostengo las dificultades con un método que me mantiene enfocada y coordinando esos elementos.
También soporta el paso del tiempo, los cambios que la realidad propina y las lecturas que interceden, se entrometen, nos cambian el foco, el espacio y todo ello conspira con el tiempo.
El método requiere un argumento, del cual tampoco conocemos del todo, a veces una mera frase.
Para ilustrar el método, utilizaré argumentos por todos conocidos, para concentrarme en el método, su ejecución y desarrollo.
Para ellos tendré individualizados los personajes, lápiz y papel –o computadora, App de dibujo.
El método implica diseñar un diagrama constructivo.
En la PARTE I se leerá el resultado del experimento, en la PARTE II, el método, tal como se desarrolló en el tiempo. Se ejecutó on line, in situ, cada capítulo fue escrito en el mismo momento en que se fue desarrollando el método, nada estaba previsto o pensado de ante mando, salvo el argumento y el método que se aplica y en el “orden”, en realidad desorden en que evolucionó la escritura, porque en la vida “real”, de la escritura de la novela, ocurre así mismo: alteraciones en la escritura, características y vivencias de la escritora que transfiere a la historia y los personajes.
El objetivo es ir directo a la realización de la novela, viviendo y solucionando las formas que la realidad se impone y no quedar en intentos fallidos.
El presente material fue desarrollado en un Taller de novela, y para tener registro del tiempo que requirió el desarrollo y elaboración, he mantenido las fechas de elaboración. En cada fecha, también se escribió el texto mismo a que se hace referencia, en éste texto se ha decidido separar en Partes. Pero, en la PARTE II, se indica qué fragmento del texto se escribió, en qué momento, para ilustrar la independencia que tiene la escritura de la secuencia final del texto o del tiempo que transcurre entre uno y otro desarrollo.
Espero haber obtenido ese objetivo.
Ana Abregú
En esta epopeya del micro conocimiento sobre géneros he desarrollado una dinámica que intercepta punto de interés con el género terror e intentado llevarlo por el desarrollo de lógicas específicas del género terror.
El conocimiento de este tipo de material plantea problemas de esquemas, ya que se entra al género con un a priori en donde interviene una expectativa del lector que no es posible estimar, o sí, ese fantasma con el cual creemos poder dialogar, que no es otro que una misma.
La intención es aportar al marco teórico una problemática desde lectora precaria, la escala humana, en la era de la Internet, y de la IA (Inteligencia artificial), queda desenfocada desde cualquier ángulo, sin embargo hay consensos sobre los que se puede llegar a alguna evaluación objetiva.
Este es un intento de desestimar los desenlaces fatídicos, y en el título expreso mi particular visión, reuniendo el terror con las risas, porque me resultan, a menudo, dos lados del mismo espejo.
Este es un texto para escritores o interesados en los recursos del género; trata sobre pertinencias, pertinentes e impertinentes precursores del género, creadores inolvidables.
No hay diagnósticos ni afirmaciones; es un recorrido relativo e ingenuo, como todo intento de llegar al hueso y naturaleza que acomoda esta visión, terror, horror, miedo; más homenaje a esos escritores que lo iniciaron, que penetraron las superficie y crearon el género instintiva y efectivamente.
Leer a Borges es un viaje por la filosofía, la literatura, las eras y diversos géneros.
Tema del traidor y del héroe tiene que ver con el imaginario expandido; sostiene un esquema eficiente que responde al valor de la palabra, condensa una retórica que produce una poética elevada que plantea distinciones entre niveles de lenguaje.
Por momentos arcano y alquímico, a veces revela una perspectiva religiosa, no en el sentido teológico, sino en el sentido textual; desde este punto de vista convoca acólitos, gente oficiosa en administrar su obra como si fuera la eucaristía, un sacramento instituido por Borges, mediante el cual, por las palabras escritas, se transustancian el sentido y el significado en el cuerpo y la sangre de la letra.
En ocasiones se ha dicho que nada es original en Borges, porque como se ha visto arma un “sistema” de significados basados en otros textos. Y ese, justamente, es factor de originalidad: el procedimiento Borgeano.
La literatura que escribiremos ya se ha escrito, la originalidad no está en lo que imaginamos, solamente, sino en cómo la escribimos, con qué recursos, con qué procedimientos. Y para saber si hay originalidad, inevitablemente hay que recurrir a los que saben, críticos, profesores, especialistas, filólogos; la escala de una persona, nosotros, una misma, no es suficiente para determinarlo.
El Borges que conocemos ahora, que leímos, que es gran escritor es el que nos presentaron, precisamente, los que leyendo su obra y pudieron reflexionar la obra más allá de lo anecdótico y encontrar la originalidad del cómo, y no solo del qué.
El presente es el resultado de ese intento: recorrer un método de análisis.
Antalia Isim.
El presente libro es un experimento on line e in situ, se fue construyendo con el instante, intermediando por tramas de remisiones en la escena de redes sociales y recorriendo los bordes culturales de la conversación entre diferentes medios, visuales, literarios, biográficos, bajo el propósito de contener y acotar el mundo construido por un solo texto de Jorge Luis Borges: “El tema del traidor y del héroe”, en el libro Ficciones.
Son, quizás, suturas imperfectas, especulaciones, fronteras torcidas, intentos de explotar lecturas, suposiciones, contextos transgéneros, intervenciones que instalan polémicas y discusiones sobre campos diversos con la seguridad de la inseguridad, mera exploración del potencial de la textualidad borgeana.
Nada cambia más que una mirada esquiva de la lógica de representación y confrontación heterogénea. Hay un campo de sentidos en todo texto, enterrados como piedras preciosas, que se crearon con la biblioteca del autor, aún sin su consentimiento. Como en un rol de arqueología, el presente texto intenta reflexionar sobre los recursos de realización, con referencias al contexto intelectual de Borges en el momento de su producción, proyecto probablemente condenado al fracaso, pero divertido y proteico.
El texto pretende ser un diálogo abierto, fragmentos que plantean relaciones difusas y, que como todo análisis, expuesto a la polémica.
El escenario de discusión fue virtual, espacio que casi resulta en flotación anónima, sin territorio o certezas; el espacio de desarrollo no es menos zona de participación; el ciberespacio, con su componente de modernismo cultural provee sus antagonismos, territorio de formas evanescente y cultura de anonimato; dentro de ese contexto, acotar un texto de Borges resulta como idea en sí, revolucionaria, y en definitiva donde algo sucede; deseo que eso que sucede sea literatura.
Ana Abregú.
Un tiempo de dramaturgia, algo así como muchas vidas, recortes, la cultura de la revolución del teatro; teatro y vida, el melodrama argumental del arte.
Año intenso que no elude la fertilidad del cuerpo y la letra como creadores de mundo.
Lo no propio, lo que no se puede apropiar, penetrando el lenguaje, con sus formas y deformaciones, en los lenguajes del mundo, refracción desde las cuales se interceptan radicalmente con la crónica personal.
La doble vida, entre una exterioridad y su apropiación, las experiencias del vivir.
Saber acerca de otros son como otro lugar donde habrá revelaciones sobre las preguntas de siempre, qué somos. Somos lo que miramos, vemos; acaso no existimos sin ese propósito.
Este texto es una ajenidad que se convierte en espacio personal.
No hubiera ocurrido si no estuviera escrito.
Ana Abregú
Los relatos nos igualan; relatar es una disciplina pretextual, la letra, palabra y características y punto de inflexión entre la realidad torcida que pretendemos modificar.
Leer es un llamado a retornar a un antes del tiempo, todo lo relatado está antes de que termine de escribir este comienzo.
Creamos el verbo para ir abandonando silenciosamente el cuerpo apoyado en el material sólido; cancelando los tientos limitadores de la gravedad y permitirse saltear, convertirse en “el lector salteado” de Macedonio.
Flotaremos, fluiremos, floreceremos, porque ya hasta solo en la efe, nos crecieron alas.
En la siguiente página, empezamos a carretear.
Antalia Isim.
Viceversa (Crónicas, Enero 2024 – Septiembre 2024)
Vivir, escribir y viceversa.
Para algunos es contar sus derrumbes, o los derroteros de planes que fracasan, o no; la traza de lo que impacta en una escritora de lo que luego hace su literatura, esa difícil pregunta, «cómo se te ocurrió», quizás es la respuesta de este texto, que evoluciona o involuciona como va la vida, sin orden y carcajeándose de los planes, los sueños, los deseos.
Tal vez, declaraciones, testimonio, señales que me dejo a mí misma para el futuro; para ese momento en que descubra, como dicen que pasa, que se fue feliz y no me di cuenta.
Es modo de testimoniar que realmente pasó, y dejo estas crónicas para recordarlo.
El proceso puede ser peligroso, mirarnos en el futuro, quién sabe, no es auspicioso, pero la realidad ya ha ocurrido en el pasado; no hay garantías de qué se sentirá en el futuro de vernos en el pasado.
Aquí está, vivir, viví esto, creí en la felicidad y la transcurrí de esta manera.
Incipiente y atravesada; una mariposa que movió las alas, una mariposa llamada escritura.
Ana Abregú
La literatura es un mecanismo, un artefacto –Nicolás Rosa–, está hecho de fragmentos. Comienza con la letra, sigue con la palabra, la frase, la historia e historicidad, hasta el signo, para volver al signo, –Charles S. Peirce–, el que está en lugar del objeto al que representa, y que por convención, semejanza, relación, desplazamiento, convoca la interpretación de una realidad.
Las piezas, como en una partitura, son elementos de un laberinto en el que dan vueltas sobre sí misma; música que intenta ordenar el caos, entropía.
En este libro, de obscena repetición, es un tintineo en el enorme y precioso tesoro de la literatura, un diminuto intento en el vasto campo de los artificios literarios.
Me gusta creer que es el hilo de Ariadna, no para salir de laberinto, sino para entrar.
Este libro es un esfuerzo por entrar y salir del laberinto, la mitad de ese propósito, se ha cumplido. Una vez adentro, es fácil ver que no se puede salir por éste laberinto, ni por arriba, como Ícaro, porque el que ha entrado, ya no desea salir.
Antalia Isim.
BAJAR AQUI: Bitácora de escrituras
El pluralismo de intereses es uno de los rasgos más interesantes en la era de la Internet. La ideología y la liberación de historias se ven constantemente estimuladas, desviadas, intervenidas, por una realidad que se convierte en ficción o al revés, lo que imprime un vértigo en las utopías del conocimiento, de la vocación, del objetivo.
Este texto es una “suelta” o una entrega hacia ese devenir de realidad virtual, literaria, científica, atravesadas a veces por el asombro, la impostura, la relación entre sustancias semánticas, desiguales, imperfectas.
Aquí se plantean pertinencias con la problemática de definir rasgos teóricos y textos, literatura y vida, tiempo y estructura; resultado, quizás, de la transformación de nuestro tiempo: Ulises y el caballero de la Triste Figura, cabalgando, no como señal, sino como suceso en sí.
Antalia Isim.
Habrá que decidir con qué aventura se enfrenta al mundo; algunos deciden, otros no podemos, seguimos una línea retorcida, una gesta, una quijotada; casi un fetichismo por el documento de la mercancía: la palabra.
Bajo la hipnosis que habrá una mirada piadosa que se encuentre en estas líneas donde Ana Abregú misma se indaga.
Como consecuencia de momentos metafóricos, en los que texto y vida no son tan lejanos entre sí, sino la misma cosa.
La posibilidad de la afirmación es reponer el relato, que es la forma de restaurar la genealogía de la escritura, esa fuente de dimensiones ontológicas que de alguna manera es la arqueología del escritor sobre la existencia.
En estos textos el inconsciente dirime sus arcanos.
O crea nuevos.
Antalia Isim.
Notas sobre lecturas de procedimientos narrativos; quizás historiografía de lecturas y reflexiones sobre el experimento de emprender lectura de uno de los libros emblemas de la literatura, Ulises, de James Joyce; bajo la hipótesis de Merleau Ponty, sobre “miembro fantasma”, algo que duele y se percibe aún ausente. Este experimento estará produciendo esa impresión de texto amputado del que se siente, se percibe, produce incomodidad, molestia, controversias, falsedades, contradicciones; interminables especulaciones que le asigno al propio libro y al autor, que además de haber previsto el tsunami literario que provocaría, lo anticipó «He escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante trescientos años». La lectura del Ulises es el “miembro fantasma” que todo escritor conlleva en su vida literaria, no importa si no lo tiene, sentirá su presencia, ya sea para odiarlo, despreciarlo, amarlo, propagarlo, avergonzarse, presumir, quizás innecesario pero imprescindible. Este no es quizás un libro sobre el Ulises, sino una conversación abierta sobre literatura.
Las razones de la sal se da a la lectura como El castillo de los destinos cruzados, de Ítalo Calvino, con la distinción de que no son las cartas de tarot las que espejan las historias narradas sino los juegos del amor y el deseo, la literatura y la imposibilidad de la lectura. ¿Qué mundos se crean cuando se abre un libro? ¿Qué afectividades explotan cuando aparece el otro? Las voces del texto, que leen, que piensan, que sienten, arman un bucle imperfecto que difiere y desplaza una intriga que no termina de precipitar: quién es quién en esa historia, ¿de uno?, ¿de dos? ¿Qué leen y cómo leen; qué bibliotecas arman y desarman, cómo acercarse a uno de los textos más significativos de la literatura? Los cruces, los desvíos, las intersecciones, las reescrituras, los encuentros fortuitos, los fantasmas, se replican en los hilos narrativos y constructivos: ¿es la rubia?, ¿es Molly?; ¿quién mira y es mirado en esa historia? ¿Qué artilugios literarios asedian y borronean las posibles certidumbres del texto? Las razones de la sal despliega ficción crítica tironeada por el fuego que hay que apagar y por la escena mítica que se tiende entre un libro, un escritor y un lector, en la que laten no sólo poemas y novelas, sino también una historia y una crítica de la literatura. Silvana López.
Jorge Cáceres recibe un paquete con dos novelas de un conocido autor de best sellers; ese envío le resulta insólito: nada más alejado de su actividad de vendedor de libros raros que esos títulos; pero el desconcierto se transforma en una acuciante cadena de enigmas cuando se entera de que quien ha dejado el paquete en la recepción ha sido asesinado en la misma Galería Güemes donde vive Cáceres. Movido por la extrañeza advierte que los libros estaban ocultando un mensaje con un pedido de auxilio que lo sitúa en el pasado familiar. A medida que se adentra en la investigación va desentrañando una turbia trama de secretos e identidades clandestinas vinculadas a una represora de la dictadura militar. La narrativa de Roberto Ferro aborda el tema de los vínculos entre la memoria personal y la memoria compartida con un nivel de minucioso detallismo, que lleva al personaje a transitar por una serie de escalofriantes revelaciones sobre el infame vínculo entre la dictadura militar y los negocios de la industria farmacéutica. El regreso de Jorge Cáceres, el emblemático protagonista de la saga de novelas de Roberto Ferro, se despliega en un relato en el que los enigmas son tratados con la fina elegancia de una narrativa atravesada por las modulaciones del policial negro.
Erbóreo R. Frot
Épica de la transversalidad entre comunicación y mundo; ésta es la bitácora del transcurrir de la memoria, donde la disyunción de inquietudes escriturales escinde al sujeto que escribe y pluraliza sus realidades. Ana Abregú en un anhelo macedoniano de reducir al hoy la eternidad de las escrituras.
Diario de la inquietud, reflexiones, arte, humor, poemas, relatos, espejo de un tiempo que se resiste al olvido, en la era de la Internet, donde la identidad se dispersa y la fluidez es un permanecer en un mismo punto. Ana Abregú, en busca del “ismo” que refleja su época, pensamientos, historias, circunstancias en este punto de acumulación A, preposición que presenta un cúmulo de significados que parecen confluir en este texto, interceptándose, no eludiéndose entre sí.
Oitos Rossi.
Fragmentos que más que el todo, teoremas de secreta voluntad de instantes. El insaciable vértigo hacia la palabra, con el temblor de una enunciación que va a revelarse indestructible, el poema, dirá la autora de diversas maneras, vence al tiempo.
Venablos es el impacto sobre un estar en la incesancia escritural que convive con textos en los bordes del asedio, con Errancias del ayés y Conversaciones con Žižek, conforman una ruta clandestina de coincidencias, interacciones, transformaciones, como una pintura en la que el artista rectifica levedades y conduce la expectativa y el efecto por diferentes recursos. En Venablos se revela el recorte y el transcurso de la insistencia en redefinir el sentido.
Oitos Rossi.
Del libro Venablos:
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La composición anamórfica se desvanece para quien adentrándose en el misterio asimila el valor de las palabras y asume las estrellas como los marineros, acercamiento, descubrimiento, resplandor, aunque estaban allí la mirada es nueva, islotes sin derroches, cristales, el lugar del brillo de los no lugares, mis pensamientos.
Uno de los 16 puntos que componen el POSFACIO, por el escritor, crítico, poeta chileno Nicolás López Pérez.
1. En el mismo canto tercero del Inferno de Dante Alighieri hay varios versos sobre los que podríamos estar semanas, meses hablando. Con todo, es preciso destacar el capoverso: “per me si va nella città dolente” (por mí se entra en la ciudad dolente). Esta es una introducción inmejorable para la puerta de entrada al infierno: “lasciate ogne speranza, voi ch'intrate” (dejaos toda esperanza, vosotros que entráis). Dicho esto, ¿qué hacemos aquí cuando a nuestras cabezas viene la consigna ya cliché de “la esperanza es lo último que se pierde”? Las lecturas pueden ser vastas. No nos compliquemos con un debate que no se dará ni ocurrirá en lo sucesivo. Vale quedarnos con la idea de un camino en que el sufrimiento y el dolor son indefectibles, son insoslayables a la experiencia. Del epígrafe extráiganse las ideas de “suspiros, lágrimas y (altos) ayes”. Este no es un punto de partida, sino de llegada. La excusa es Dante, pero ya nos hallamos no en la mitad del camino, sino al final de la obra de Ana Abregú Errancias del Ayés. Desafortunadamente, este posfacio o retrospicio (como he decidido, arbitrariamente, llamarle a estas líneas) exige rebobinar toda la película y volver a fijarnos en la mayor cantidad de detalles posibles pasados por alto en una lectura al volo o rápida. De seguro habrá más en una tercera, cuarta, quinta lectura. Un libro con tamaña complejidad no se lee solo una vez. No.
...
FRAGMENTO.
“…el silencio trasforma la oquedad en espacio propicio para la imaginación.
¿De dónde procede esa magia? Tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche que habilita la creación. De ahí, pienso, en esa memoria recobrada que tiene su residencia en la memoria compartida puesta en la letra de Conversaciones con Žižek.
Esta contra-obra debería leerse como una suerte de breve diccionario de la imaginación poética cuyas «entradas» versan precisamente sobre el funcionamiento sin puerto de destino que se asuma como el final de partida.
Ego, memoria, atención, sensibilidad, literatura, filosofía, poética, son algunos de los tópicos que conforman el telar en el que se teje con restos de pensamientos apropiados por las palabras
… la querella entre los filósofos y los poetas, que para Abregú, al igual que para Válery, la victoria es de los poetas, ratificada por la admiración de Heidegger a Hölderlin.
…
La escritura de Ana Abregú trastorna los lugares recurrentes de los géneros con los que habitualmente se vuelcan los tópicos asumidos como materia especulativa, hace partícipe de las conversaciones al lector que ve mientras en ausencia bordea bordando en los bordes de los temas aludidos, se abre a la búsqueda de la instancia poética como el punto en el que se desbarata lo ya visto, lo ya leído. Se sale de la lira a la que se regresa injertando el afuera de los otros textos en un tejido que es un entramado entre innumerables otros que se repiten en la casa de voz narrativa, que es también la de Žižek y del lector.
Fragmentos del Posfacio, Roberto Ferro.
Melopea, arte de producir música o melodías. Término griego latinizado, correspondiente a ?????????. Música antigua, regularmente, el componente armónico, cuyo efecto se llamaba melodía.
El efecto de jolgorio que deviene de la ebriedad hizo que melopea pasara a significar borrachera.
La expresión sonora, que embona con ambas ideas, fónica, armoniosa: "le gustaba chuparle el rabo a la jutía". Expresión cubana que significa empinar el codo, le gusta beber.
Una palabra que me resulta simpática es la que refiere al día posterior a la melopea, en Colombia: guayabo.
¡Ay amor! Mi rada ala luna
Llena hila riela libera eras
Erarios ríos espléndidos
Reflejos lejos ojos amor.
Ala melopea
Ana Abregú.
Entre las cosas que propicia el azar, las derivas de textos en los paradigmas que proponen las redes sociales, son lo más parecido a una biografía.
Este texto es una épica de lecturas, escrituras, intervenciones, relatos, poesía; la huella de la perseverancia entre asimilaciones, reflexiones, contradicciones.
Crónicas de un estar entre realidad y ficción, intrahistoria sobre pequeños mundos personales, efecto de identificaciones, modalidades de contactos culturales que incluyen viajes en el tiempo.
Acaso inventario y reconocimiento de un proceso, quizás errado, de la andadura literaria, revelar un paisaje de mímesis entre discursos, creencias, mitos, emanaciones escriturales para dar cuenta de la perplejidad; diferencias entre el sujeto cultural, que representa la obra de la autora, y el pensamiento ecléctico de esta época.
Cito un fragmento:
“«Cuándo puedo decir que soy escritor», se lee por ahí. La respuesta simple: cuando tu nombre se convierte en un resorte que detona expectativas.
Nombre, en el sentido del psicoanálisis, el que otorga existencia; sin embargo, ser escritor, impone otras coordenadas, cuarta –tiempo–, o quinta –metafísica–, dimensiones.
Algún tipo de lector se apropiará del a priori del ser escritor, y sobreabundará en la construcción del mensaje, con afirmaciones discontinuas, pero repetitivas, «qué gran escritor», bajo el mantra tautológico de “Ser escritor, es ser escritor”.
Pero en la profundidad de la punción lenitiva, se reconoce el gesto del estereotipo, la subjetividad que tensiona el nombre en el sentido contrario, no sos escritor si no rompes el molde que te cuantifica en libros o lectores, serás escritor, con el próximo libro, o el que le sigue y sigue, y el próximo…”
El fuego es un más allá del pensamiento
Por Roberto Ferro
La incandescencia, escrita y reescrita en los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú, impone a la mirada lectora que los recorre un campo de intensidades, territorios donde se intersectan gestos de un pensamiento impuro, nunca alterado por el descubrimiento de la verdad sino que aspiran a la disposición de formas lábiles de un decir poético más que reflexivo. Ninguna de esas incandescencias se deja falsificar en una cómoda representación; mucho menos es posible semejante reducción a medida que la figuración, con su insistencia, se estratifica más y más, y se complica semánticamente. En los textos de Ignitos, las iluminaciones de las brasas se diseminan, se expanden, iluminan y también se enlutan y debilitan, acaso porque solamente así es posible que emerjan, en agónica confrontación, las ideas en su fuga perpetua, sólo entreverando, de modo indecible, esas fulguraciones se entrevén insistentes las huellas de la memoria o las ausencias inasibles del olvido. Al modo de los pensamientos intempestivos nietzschianos, las voces que profieren los fragmentos se presentan como la diversificación de fuerzas casi personificadas que se sitúan, alternativamente, al reparo de tradiciones proclamadas y de la intemperie de las innovaciones de las cegueras de los estereotipos; desde esos puntos de ignición es posible vislumbrar cómo la palabra impulsa a descubrir un algo que le es exterior o anterior, un mundo que lo influye y lo determina. Es a ese punto al que tienden las iluminaciones, un punto en el que las voces no se consumen en el ardor de las deflagraciones sino que se desplazan por la incesancia de la danza de cada llamarada; hasta las más tenues son una red de estancias móviles, estancias que son simultáneamente la quietud y la agitación, como un río cambiante, como una mutación discontinua y obstinada de significaciones.
“Hay días de tiempo perpetuo, infamantes”, así la repetición, una forma anticipada de la muerte, se trastorna en el anuncio de una amenaza: el de la finitud de lo invisible, el ojo que lee queda entonces atrapado en las estrías del sueño de la piedra y vacila frente al laberinto de la letra que es siempre otra cada vez, “A la pequeña cosa, sellada en una piedra, donde la eternidad dejó su huella”.
“Decepciones, savia del empecinado seductor: el tiempo”, mientras se expande declina, en esa tensión da a leer su propia paradoja, la finitud, tal palabra es en definitiva para sus lectores una palabra imposible, nunca nombrada a los largo de todas las secciones. La obra de la escritura de Abregú consiste en atenuar la plenitud del vacío, decir tiempo para que el ojo se quede un palmo más acá de la simple representación y se deslice al abismo interminable de la continuidad, que es para el lector un más allá, siempre otro cada vez.
“Desbaratar el orden diáfano, fortuito, desigual; borrar las líneas de las manos, entrar lentamente en el paraíso de las trivialidades, la razón; matar al tiempo”, esa palabra que retorna en la escritura de Ignitos, retorna con la tenacidad del olvido y con la infidelidad de la memoria, nombra a través de un exceso la precariedad de la presencia en el sentido de fulguración; en efecto, es en la ausencia que la palabra poética encuentra su posibilidad de emerger a la luz, pero es en el sentido de un inevitable declinar el que conduce por el estrecho sendero múltiple y único del laberinto. La palabra poética desborda el pensamiento, el pensamiento debe elegir los sentidos, acordonarlos, regimentarlos, le resulta insoportable la confabulación entramada de la multiplicidad de una pasión anunciada en la lumbre de cada ardor.
La ignición en la textualidad de Ana Abregú habla una lengua en la que el pensamiento queda excedido, éste debe su lucidez a las operaciones de elección, entre presencia y ausencia, “Sin alas ni memoria, todo ese pasado imperfecto memoria y olvido”, entre fulguración y opacidad, en cambio la palabra poética arroja su red de fuego sobre la memoria, “A las sangres extintas, el sabor disimulado, el adiós hecho de conjeturas, armonías, memorias secretas, lúcidas, caudalosas, margen, itinerario y pocas palabras que no alcanzan para el olvido”. El pensamiento se conforma en el interior de un juego de elecciones, la palabra poética como exceso desmonta el compromiso que el lenguaje tiene con la especulación intelectual, su gesto es un exilio, al mismo tiempo que una repatriación, ambos tramados de modo indecidible y en tanto que suplemento se abre a las infinitas formas de la oscilación que los une, los separa, los contamina, en un eterno retorno de la diferencia.
“La pasión elige sus resortes, su poder roza la crueldad, la vida se vuelve una parodia de excesos y la gravedad no aplica al cuerpo”, porque la vida, la sensación de vida, aludida por Abregú en su escritura, se afilia con el sentimiento de la existencia, que a veces suele vincularse a una intensidad gloriosa, pero que necesariamente se impone para su culminación de un cierto vacío para que configurar una identidad, incluso cuando la pasión amorosa emerge jubilosa es porque hay un vacío en el lenguaje que impide nombrarla con nitidez.
“El espejo roto es una historia congelada, como una fotografía, reflejos exasperados, ávida luz, fulmínea, un tajo en la mirada, como romper una llave al enigma de otro tiempo, la paciente red de cazar gestos”. La luz se teje con el ojo y la mirada, se teje por el ojo y la mirada en la repetición y la diferencia, así en los textos de Ignitos la luz que Ana Abregú escribe, y que se da a leer, como el sol se muestra y desaparece, está en la materialidad de la letra pero ausente en la necesidad de la repetición, se deja leer, se ofrece a la mirada pero se torna invisible y vacía en el desplazamiento, en la migración, en la duplicidad de los espejos, en lo que hay de resto visible en la noche invisible. La luz de la ignición y las marcas que dicen su permanencia lábil se unen en una serie cuyas estaciones son las innumerables modulaciones existenciales, y cuyo enlace es la remisión misma, el entramado interminable, el más allá, el otro lado, el movimiento del aparecer deslizándose a la ausencia, el tránsito, el pasaje.
“Hay maneras de confiar al cuerpo afinidades, abandonarse al antojo del énfasis epigramático, tallar la presunción de un comienzo, armar la causa, extenderse fuera de sí. Ser en tu mirada”. La palabra poética de Ana Abregú, digo el resto, el encuentro, la confabulación de la mirada fugaz de que la lea y su escritura enhebran un juego de postergaciones infinitas, así ligadas a la promesa de que la amenaza aleve de la finitud puede ser conjurada, es posible imaginar que en la permanencia testamentaria de esa escritura, se inscribe la huella en la memoria del olvido como una gota de luz, que tiembla como las llamas de una fogata perpetua, una gota intermitente, indecisa que parpadea, quizás la culminación de un viaje por los márgenes de la palabra, un viaje en el que el lector, pienso el viajero y digo el lector, imagina elegir el camino mientras no advierte que él mismo es el trazado del laberinto. “Exorcizados, limpios, oímos y escucha, litigio en tránsito, la lluvia replica los espejos del laberinto al arbitrio de poemas; huella y brevedad, organizan la combustión que neutraliza la melancolía y su percusión”.
He leído los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú asediado por la conjetura de que un libro nunca está terminado, que siempre se puede encontrar algo para ser para presentar una palabra suplementaria que, despojada aquí de las instancias mediadoras de la evaluación crítica, le permite interrogarse acerca de las motivaciones que incitan su práctica, de las singularidades poéticas que la definen o de la peculiar inserción en el devenir histórico que asume, sea con relación a una tradición literaria específica o en el contexto de procesos culturales y sociales más amplios.
Los fragmentos epigramáticos de Ignitos se caracterizan precisamente por crear un espacio de indeterminación entre la poesía, ficción y una especie de autobiografía de lecturas. Lo que complica un poco la aparente separación entre una voz discursiva distinta en los ensayos e intervenciones críticas o la luminiscencia de las imaginaciones literarias.
No hay en la escritura de Abregú un gesto lindante con la revelación, sino más bien estallidos de un fulgor y sus incesantes resplandores, poniendo en la traza de sus palabras la gran cuestión de todo escritor, sin distancia, el mundo, las cosas, los otros, abruman. Por eso no hay convocatoria a testigos que se conmuevan se desmonta el presente para reescribirlo como futuro del pasado, aquí donde toda sublevación es una mueca pasajera.
Este libro consuma la continuidad de una voz incisiva de la literatura argentina contemporánea. En la escritura de Ana Abregú, en la continuidad de su escritura la luz del sentido no se debilita si logra perturbar la mirada lectura, por eso busca su complicidad, se deja atravesar por ella. Para mi mirada de lector, la incandescencia de su imaginación habilita lo propio de la voz, las estrías de la piedra anuncian los temblores del desierto y yo me entrego a los tenues rumores del mundo y a las irradiaciones de una lengua poética única.
Buenos Aires, Coghlan julio de 2022.