La literatura es un mecanismo, un artefacto –Nicolás Rosa–, está hecho de fragmentos. Comienza con la letra, sigue con la palabra, la frase, la historia e historicidad, hasta el signo, para volver al signo, –Charles S. Peirce–, el que está en lugar del objeto al que representa, y que por convención, semejanza, relación, desplazamiento, convoca la interpretación de una realidad.
Las piezas, como en una partitura, son elementos de un laberinto en el que dan vueltas sobre sí misma; música que intenta ordenar el caos, entropía.
En este libro, de obscena repetición, es un tintineo en el enorme y precioso tesoro de la literatura, un diminuto intento en el vasto campo de los artificios literarios.
Me gusta creer que es el hilo de Ariadna, no para salir de laberinto, sino para entrar.
Este libro es un esfuerzo por entrar y salir del laberinto, la mitad de ese propósito, se ha cumplido. Una vez adentro, es fácil ver que no se puede salir por éste laberinto, ni por arriba, como Ícaro, porque el que ha entrado, ya no desea salir.
Antalia Isim.
BAJAR AQUI: Bitácora de escrituras
El pluralismo de intereses es uno de los rasgos más interesantes en la era de la Internet. La ideología y la liberación de historias se ven constantemente estimuladas, desviadas, intervenidas, por una realidad que se convierte en ficción o al revés, lo que imprime un vértigo en las utopías del conocimiento, de la vocación, del objetivo.
Este texto es una “suelta” o una entrega hacia ese devenir de realidad virtual, literaria, científica, atravesadas a veces por el asombro, la impostura, la relación entre sustancias semánticas, desiguales, imperfectas.
Aquí se plantean pertinencias con la problemática de definir rasgos teóricos y textos, literatura y vida, tiempo y estructura; resultado, quizás, de la transformación de nuestro tiempo: Ulises y el caballero de la Triste Figura, cabalgando, no como señal, sino como suceso en sí.
Antalia Isim.
Habrá que decidir con qué aventura se enfrenta al mundo; algunos deciden, otros no podemos, seguimos una línea retorcida, una gesta, una quijotada; casi un fetichismo por el documento de la mercancía: la palabra.
Bajo la hipnosis que habrá una mirada piadosa que se encuentre en estas líneas donde Ana Abregú misma se indaga.
Como consecuencia de momentos metafóricos, en los que texto y vida no son tan lejanos entre sí, sino la misma cosa.
La posibilidad de la afirmación es reponer el relato, que es la forma de restaurar la genealogía de la escritura, esa fuente de dimensiones ontológicas que de alguna manera es la arqueología del escritor sobre la existencia.
En estos textos el inconsciente dirime sus arcanos.
O crea nuevos.
Antalia Isim.
Notas sobre lecturas de procedimientos narrativos; quizás historiografía de lecturas y reflexiones sobre el experimento de emprender lectura de uno de los libros emblemas de la literatura, Ulises, de James Joyce; bajo la hipótesis de Merleau Ponty, sobre “miembro fantasma”, algo que duele y se percibe aún ausente. Este experimento estará produciendo esa impresión de texto amputado del que se siente, se percibe, produce incomodidad, molestia, controversias, falsedades, contradicciones; interminables especulaciones que le asigno al propio libro y al autor, que además de haber previsto el tsunami literario que provocaría, lo anticipó «He escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante trescientos años». La lectura del Ulises es el “miembro fantasma” que todo escritor conlleva en su vida literaria, no importa si no lo tiene, sentirá su presencia, ya sea para odiarlo, despreciarlo, amarlo, propagarlo, avergonzarse, presumir, quizás innecesario pero imprescindible. Este no es quizás un libro sobre el Ulises, sino una conversación abierta sobre literatura.
Las razones de la sal se da a la lectura como El castillo de los destinos cruzados, de Ítalo Calvino, con la distinción de que no son las cartas de tarot las que espejan las historias narradas sino los juegos del amor y el deseo, la literatura y la imposibilidad de la lectura. ¿Qué mundos se crean cuando se abre un libro? ¿Qué afectividades explotan cuando aparece el otro? Las voces del texto, que leen, que piensan, que sienten, arman un bucle imperfecto que difiere y desplaza una intriga que no termina de precipitar: quién es quién en esa historia, ¿de uno?, ¿de dos? ¿Qué leen y cómo leen; qué bibliotecas arman y desarman, cómo acercarse a uno de los textos más significativos de la literatura? Los cruces, los desvíos, las intersecciones, las reescrituras, los encuentros fortuitos, los fantasmas, se replican en los hilos narrativos y constructivos: ¿es la rubia?, ¿es Molly?; ¿quién mira y es mirado en esa historia? ¿Qué artilugios literarios asedian y borronean las posibles certidumbres del texto? Las razones de la sal despliega ficción crítica tironeada por el fuego que hay que apagar y por la escena mítica que se tiende entre un libro, un escritor y un lector, en la que laten no sólo poemas y novelas, sino también una historia y una crítica de la literatura. Silvana López.
Jorge Cáceres recibe un paquete con dos novelas de un conocido autor de best sellers; ese envío le resulta insólito: nada más alejado de su actividad de vendedor de libros raros que esos títulos; pero el desconcierto se transforma en una acuciante cadena de enigmas cuando se entera de que quien ha dejado el paquete en la recepción ha sido asesinado en la misma Galería Güemes donde vive Cáceres. Movido por la extrañeza advierte que los libros estaban ocultando un mensaje con un pedido de auxilio que lo sitúa en el pasado familiar. A medida que se adentra en la investigación va desentrañando una turbia trama de secretos e identidades clandestinas vinculadas a una represora de la dictadura militar. La narrativa de Roberto Ferro aborda el tema de los vínculos entre la memoria personal y la memoria compartida con un nivel de minucioso detallismo, que lleva al personaje a transitar por una serie de escalofriantes revelaciones sobre el infame vínculo entre la dictadura militar y los negocios de la industria farmacéutica. El regreso de Jorge Cáceres, el emblemático protagonista de la saga de novelas de Roberto Ferro, se despliega en un relato en el que los enigmas son tratados con la fina elegancia de una narrativa atravesada por las modulaciones del policial negro.
Erbóreo R. Frot
Fragmentos que más que el todo, teoremas de secreta voluntad de instantes. El insaciable vértigo hacia la palabra, con el temblor de una enunciación que va a revelarse indestructible, el poema, dirá la autora de diversas maneras, vence al tiempo.
Venablos es el impacto sobre un estar en la incesancia escritural que convive con textos en los bordes del asedio, con Errancias del ayés y Conversaciones con Žižek, conforman una ruta clandestina de coincidencias, interacciones, transformaciones, como una pintura en la que el artista rectifica levedades y conduce la expectativa y el efecto por diferentes recursos. En Venablos se revela el recorte y el transcurso de la insistencia en redefinir el sentido.
Oitos Rossi.
Del libro Venablos:
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La composición anamórfica se desvanece para quien adentrándose en el misterio asimila el valor de las palabras y asume las estrellas como los marineros, acercamiento, descubrimiento, resplandor, aunque estaban allí la mirada es nueva, islotes sin derroches, cristales, el lugar del brillo de los no lugares, mis pensamientos.
Uno de los 16 puntos que componen el POSFACIO, por el escritor, crítico, poeta chileno Nicolás López Pérez.
1. En el mismo canto tercero del Inferno de Dante Alighieri hay varios versos sobre los que podríamos estar semanas, meses hablando. Con todo, es preciso destacar el capoverso: “per me si va nella città dolente” (por mí se entra en la ciudad dolente). Esta es una introducción inmejorable para la puerta de entrada al infierno: “lasciate ogne speranza, voi ch'intrate” (dejaos toda esperanza, vosotros que entráis). Dicho esto, ¿qué hacemos aquí cuando a nuestras cabezas viene la consigna ya cliché de “la esperanza es lo último que se pierde”? Las lecturas pueden ser vastas. No nos compliquemos con un debate que no se dará ni ocurrirá en lo sucesivo. Vale quedarnos con la idea de un camino en que el sufrimiento y el dolor son indefectibles, son insoslayables a la experiencia. Del epígrafe extráiganse las ideas de “suspiros, lágrimas y (altos) ayes”. Este no es un punto de partida, sino de llegada. La excusa es Dante, pero ya nos hallamos no en la mitad del camino, sino al final de la obra de Ana Abregú Errancias del Ayés. Desafortunadamente, este posfacio o retrospicio (como he decidido, arbitrariamente, llamarle a estas líneas) exige rebobinar toda la película y volver a fijarnos en la mayor cantidad de detalles posibles pasados por alto en una lectura al volo o rápida. De seguro habrá más en una tercera, cuarta, quinta lectura. Un libro con tamaña complejidad no se lee solo una vez. No.
...
FRAGMENTO.
“…el silencio trasforma la oquedad en espacio propicio para la imaginación.
¿De dónde procede esa magia? Tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche que habilita la creación. De ahí, pienso, en esa memoria recobrada que tiene su residencia en la memoria compartida puesta en la letra de Conversaciones con Žižek.
Esta contra-obra debería leerse como una suerte de breve diccionario de la imaginación poética cuyas «entradas» versan precisamente sobre el funcionamiento sin puerto de destino que se asuma como el final de partida.
Ego, memoria, atención, sensibilidad, literatura, filosofía, poética, son algunos de los tópicos que conforman el telar en el que se teje con restos de pensamientos apropiados por las palabras
… la querella entre los filósofos y los poetas, que para Abregú, al igual que para Válery, la victoria es de los poetas, ratificada por la admiración de Heidegger a Hölderlin.
…
La escritura de Ana Abregú trastorna los lugares recurrentes de los géneros con los que habitualmente se vuelcan los tópicos asumidos como materia especulativa, hace partícipe de las conversaciones al lector que ve mientras en ausencia bordea bordando en los bordes de los temas aludidos, se abre a la búsqueda de la instancia poética como el punto en el que se desbarata lo ya visto, lo ya leído. Se sale de la lira a la que se regresa injertando el afuera de los otros textos en un tejido que es un entramado entre innumerables otros que se repiten en la casa de voz narrativa, que es también la de Žižek y del lector.
Fragmentos del Posfacio, Roberto Ferro.
Melopea, arte de producir música o melodías. Término griego latinizado, correspondiente a ?????????. Música antigua, regularmente, el componente armónico, cuyo efecto se llamaba melodía.
El efecto de jolgorio que deviene de la ebriedad hizo que melopea pasara a significar borrachera.
La expresión sonora, que embona con ambas ideas, fónica, armoniosa: "le gustaba chuparle el rabo a la jutía". Expresión cubana que significa empinar el codo, le gusta beber.
Una palabra que me resulta simpática es la que refiere al día posterior a la melopea, en Colombia: guayabo.
¡Ay amor! Mi rada ala luna
Llena hila riela libera eras
Erarios ríos espléndidos
Reflejos lejos ojos amor.
Ala melopea
Ana Abregú.
Entre las cosas que propicia el azar, las derivas de textos en los paradigmas que proponen las redes sociales, son lo más parecido a una biografía.
Este texto es una épica de lecturas, escrituras, intervenciones, relatos, poesía; la huella de la perseverancia entre asimilaciones, reflexiones, contradicciones.
Crónicas de un estar entre realidad y ficción, intrahistoria sobre pequeños mundos personales, efecto de identificaciones, modalidades de contactos culturales que incluyen viajes en el tiempo.
Acaso inventario y reconocimiento de un proceso, quizás errado, de la andadura literaria, revelar un paisaje de mímesis entre discursos, creencias, mitos, emanaciones escriturales para dar cuenta de la perplejidad; diferencias entre el sujeto cultural, que representa la obra de la autora, y el pensamiento ecléctico de esta época.
Cito un fragmento:
“«Cuándo puedo decir que soy escritor», se lee por ahí. La respuesta simple: cuando tu nombre se convierte en un resorte que detona expectativas.
Nombre, en el sentido del psicoanálisis, el que otorga existencia; sin embargo, ser escritor, impone otras coordenadas, cuarta –tiempo–, o quinta –metafísica–, dimensiones.
Algún tipo de lector se apropiará del a priori del ser escritor, y sobreabundará en la construcción del mensaje, con afirmaciones discontinuas, pero repetitivas, «qué gran escritor», bajo el mantra tautológico de “Ser escritor, es ser escritor”.
Pero en la profundidad de la punción lenitiva, se reconoce el gesto del estereotipo, la subjetividad que tensiona el nombre en el sentido contrario, no sos escritor si no rompes el molde que te cuantifica en libros o lectores, serás escritor, con el próximo libro, o el que le sigue y sigue, y el próximo…”
El fuego es un más allá del pensamiento
Por Roberto Ferro
La incandescencia, escrita y reescrita en los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú, impone a la mirada lectora que los recorre un campo de intensidades, territorios donde se intersectan gestos de un pensamiento impuro, nunca alterado por el descubrimiento de la verdad sino que aspiran a la disposición de formas lábiles de un decir poético más que reflexivo. Ninguna de esas incandescencias se deja falsificar en una cómoda representación; mucho menos es posible semejante reducción a medida que la figuración, con su insistencia, se estratifica más y más, y se complica semánticamente. En los textos de Ignitos, las iluminaciones de las brasas se diseminan, se expanden, iluminan y también se enlutan y debilitan, acaso porque solamente así es posible que emerjan, en agónica confrontación, las ideas en su fuga perpetua, sólo entreverando, de modo indecible, esas fulguraciones se entrevén insistentes las huellas de la memoria o las ausencias inasibles del olvido. Al modo de los pensamientos intempestivos nietzschianos, las voces que profieren los fragmentos se presentan como la diversificación de fuerzas casi personificadas que se sitúan, alternativamente, al reparo de tradiciones proclamadas y de la intemperie de las innovaciones de las cegueras de los estereotipos; desde esos puntos de ignición es posible vislumbrar cómo la palabra impulsa a descubrir un algo que le es exterior o anterior, un mundo que lo influye y lo determina. Es a ese punto al que tienden las iluminaciones, un punto en el que las voces no se consumen en el ardor de las deflagraciones sino que se desplazan por la incesancia de la danza de cada llamarada; hasta las más tenues son una red de estancias móviles, estancias que son simultáneamente la quietud y la agitación, como un río cambiante, como una mutación discontinua y obstinada de significaciones.
“Hay días de tiempo perpetuo, infamantes”, así la repetición, una forma anticipada de la muerte, se trastorna en el anuncio de una amenaza: el de la finitud de lo invisible, el ojo que lee queda entonces atrapado en las estrías del sueño de la piedra y vacila frente al laberinto de la letra que es siempre otra cada vez, “A la pequeña cosa, sellada en una piedra, donde la eternidad dejó su huella”.
“Decepciones, savia del empecinado seductor: el tiempo”, mientras se expande declina, en esa tensión da a leer su propia paradoja, la finitud, tal palabra es en definitiva para sus lectores una palabra imposible, nunca nombrada a los largo de todas las secciones. La obra de la escritura de Abregú consiste en atenuar la plenitud del vacío, decir tiempo para que el ojo se quede un palmo más acá de la simple representación y se deslice al abismo interminable de la continuidad, que es para el lector un más allá, siempre otro cada vez.
“Desbaratar el orden diáfano, fortuito, desigual; borrar las líneas de las manos, entrar lentamente en el paraíso de las trivialidades, la razón; matar al tiempo”, esa palabra que retorna en la escritura de Ignitos, retorna con la tenacidad del olvido y con la infidelidad de la memoria, nombra a través de un exceso la precariedad de la presencia en el sentido de fulguración; en efecto, es en la ausencia que la palabra poética encuentra su posibilidad de emerger a la luz, pero es en el sentido de un inevitable declinar el que conduce por el estrecho sendero múltiple y único del laberinto. La palabra poética desborda el pensamiento, el pensamiento debe elegir los sentidos, acordonarlos, regimentarlos, le resulta insoportable la confabulación entramada de la multiplicidad de una pasión anunciada en la lumbre de cada ardor.
La ignición en la textualidad de Ana Abregú habla una lengua en la que el pensamiento queda excedido, éste debe su lucidez a las operaciones de elección, entre presencia y ausencia, “Sin alas ni memoria, todo ese pasado imperfecto memoria y olvido”, entre fulguración y opacidad, en cambio la palabra poética arroja su red de fuego sobre la memoria, “A las sangres extintas, el sabor disimulado, el adiós hecho de conjeturas, armonías, memorias secretas, lúcidas, caudalosas, margen, itinerario y pocas palabras que no alcanzan para el olvido”. El pensamiento se conforma en el interior de un juego de elecciones, la palabra poética como exceso desmonta el compromiso que el lenguaje tiene con la especulación intelectual, su gesto es un exilio, al mismo tiempo que una repatriación, ambos tramados de modo indecidible y en tanto que suplemento se abre a las infinitas formas de la oscilación que los une, los separa, los contamina, en un eterno retorno de la diferencia.
“La pasión elige sus resortes, su poder roza la crueldad, la vida se vuelve una parodia de excesos y la gravedad no aplica al cuerpo”, porque la vida, la sensación de vida, aludida por Abregú en su escritura, se afilia con el sentimiento de la existencia, que a veces suele vincularse a una intensidad gloriosa, pero que necesariamente se impone para su culminación de un cierto vacío para que configurar una identidad, incluso cuando la pasión amorosa emerge jubilosa es porque hay un vacío en el lenguaje que impide nombrarla con nitidez.
“El espejo roto es una historia congelada, como una fotografía, reflejos exasperados, ávida luz, fulmínea, un tajo en la mirada, como romper una llave al enigma de otro tiempo, la paciente red de cazar gestos”. La luz se teje con el ojo y la mirada, se teje por el ojo y la mirada en la repetición y la diferencia, así en los textos de Ignitos la luz que Ana Abregú escribe, y que se da a leer, como el sol se muestra y desaparece, está en la materialidad de la letra pero ausente en la necesidad de la repetición, se deja leer, se ofrece a la mirada pero se torna invisible y vacía en el desplazamiento, en la migración, en la duplicidad de los espejos, en lo que hay de resto visible en la noche invisible. La luz de la ignición y las marcas que dicen su permanencia lábil se unen en una serie cuyas estaciones son las innumerables modulaciones existenciales, y cuyo enlace es la remisión misma, el entramado interminable, el más allá, el otro lado, el movimiento del aparecer deslizándose a la ausencia, el tránsito, el pasaje.
“Hay maneras de confiar al cuerpo afinidades, abandonarse al antojo del énfasis epigramático, tallar la presunción de un comienzo, armar la causa, extenderse fuera de sí. Ser en tu mirada”. La palabra poética de Ana Abregú, digo el resto, el encuentro, la confabulación de la mirada fugaz de que la lea y su escritura enhebran un juego de postergaciones infinitas, así ligadas a la promesa de que la amenaza aleve de la finitud puede ser conjurada, es posible imaginar que en la permanencia testamentaria de esa escritura, se inscribe la huella en la memoria del olvido como una gota de luz, que tiembla como las llamas de una fogata perpetua, una gota intermitente, indecisa que parpadea, quizás la culminación de un viaje por los márgenes de la palabra, un viaje en el que el lector, pienso el viajero y digo el lector, imagina elegir el camino mientras no advierte que él mismo es el trazado del laberinto. “Exorcizados, limpios, oímos y escucha, litigio en tránsito, la lluvia replica los espejos del laberinto al arbitrio de poemas; huella y brevedad, organizan la combustión que neutraliza la melancolía y su percusión”.
He leído los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú asediado por la conjetura de que un libro nunca está terminado, que siempre se puede encontrar algo para ser para presentar una palabra suplementaria que, despojada aquí de las instancias mediadoras de la evaluación crítica, le permite interrogarse acerca de las motivaciones que incitan su práctica, de las singularidades poéticas que la definen o de la peculiar inserción en el devenir histórico que asume, sea con relación a una tradición literaria específica o en el contexto de procesos culturales y sociales más amplios.
Los fragmentos epigramáticos de Ignitos se caracterizan precisamente por crear un espacio de indeterminación entre la poesía, ficción y una especie de autobiografía de lecturas. Lo que complica un poco la aparente separación entre una voz discursiva distinta en los ensayos e intervenciones críticas o la luminiscencia de las imaginaciones literarias.
No hay en la escritura de Abregú un gesto lindante con la revelación, sino más bien estallidos de un fulgor y sus incesantes resplandores, poniendo en la traza de sus palabras la gran cuestión de todo escritor, sin distancia, el mundo, las cosas, los otros, abruman. Por eso no hay convocatoria a testigos que se conmuevan se desmonta el presente para reescribirlo como futuro del pasado, aquí donde toda sublevación es una mueca pasajera.
Este libro consuma la continuidad de una voz incisiva de la literatura argentina contemporánea. En la escritura de Ana Abregú, en la continuidad de su escritura la luz del sentido no se debilita si logra perturbar la mirada lectura, por eso busca su complicidad, se deja atravesar por ella. Para mi mirada de lector, la incandescencia de su imaginación habilita lo propio de la voz, las estrías de la piedra anuncian los temblores del desierto y yo me entrego a los tenues rumores del mundo y a las irradiaciones de una lengua poética única.
Buenos Aires, Coghlan julio de 2022.
Jorge Cáceres, un vendedor de libros raros, recibe el encargo de búsqueda de un libro editado en una tirada de un ejemplar único; en paralelo está empeñado en el rescate de la correspondencia entre Juan Carlos Onetti y un amigo, que especula pude significar un hallazgo notable. Siguiendo las pistas de esa investigación, en una librería de Maldonado le ofrecen la primera edición de un libro de Alejandra Pizarnik, al revisarlo descubre una huella sangrienta. Esa revelación lo remite al encuentro con una mujer que estaba convencida de que esa era la prueba de un asesinato y trastorna la libreta de notas en la iba dejando constancia de los avatares de sus actividades. Ese es el nudo de la urdimbre de Un ejemplar único en la que se cruzan el desafío de reescribir el relato que iba componiendo con los asedios de las tensiones entre el presente de las acciones y el pasado que descubre no ha sido registrado en su memoria. La narrativa de Roberto Ferro se abre a deslumbrantes espacios de reflexión a través de referencias culturales y teóricas donde se revitalizan los enigmas clásicos del género policial, en una novela que atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros, de los matices expresivos y por su reflexión sobre los laberintos de la memoria.
Erbóreo Frot
El valor de este texto, bajo la denominación de crónicas, establece relación con vida, el hecho real, no la palabra. Es la expresión de perturbaciones al azar, visiones sobre el estar poético, insistencia en el montaje de teorías tan frágiles o tan sólidas que no se puedan diferenciar. La andadura errática de este texto, comienza con la pandemia, cuando creí entrar a un túnel y se convirtió en un laberinto; transferí mi atención al análisis de vanguardias estéticas, un ir y venir en el tiempo, acaso detenerlo, repetirlo. Este es quizás, un texto sobre un instante en que el mundo cambió, de personas se transmutó a medios, textos, post, voces, videos, impresiones, literatura, torceduras temporales, desdoblamientos, virtualidad, redes sociales.
El pasado y presente de los “ismos”, puestos en tensión con el objeto de preservar una memoria. Es un texto sobre errancias y perplejidades, un intento de asir el tiempo, un modo de neutralizar la espera de la reactivación del mundo.
Mientras escribía esto, publiqué alrededor de catorce libros, en un total de dieciocho. No creo que este constituya una pista sobre ellos, tramas o sentidos, sino, por el contrario, da cuenta de los vacíos; sin justificación de comienzo o fin, es eso: huellas, señales, incertidumbres, testimonios de imposturas.
Todo testimonio procura una voz, de lo que no tiene voz. Supay es una dicotomía confinada en la disposición jerárquica del tiempo. En Supay, Luna desterrado –en el sentido de estar suspendido en el aire, quizás–, mientras la pandemia le traza límites invisibles. La complejidad del control sobre sí mismo parece disiparse. Enamorado, perplejo, imbuido en el magma de la poesía, huye hacia su mente, hacia otro cuerpo insustancial y hacia el propio. La irrealidad sutil parece instaurada. Si en Dédalo –novela anterior, biografía apócrifa–, Luna se trasladaba en la geografía y confrontaba la inmaterialidad de las voces que guiaban su estar poético en pandemia, en Supay enfrenta un monstruo, la caducidad del movimiento y el desdoblamiento del tiempo.
Ana Abregú da cuenta de la historia de Luna, obstaculizado y sin itinerario; le otorga voz al poeta que lucha con el desprendimiento del olvido en el borde de un yo sin identidad, intentando descifrar los signos de su destino. Supay es el relato paradójico entre el fuego de la poesía y el amor, en la intimidad del lenguaje y el deseo.
Oitos Rossi.
En el cuento interminable, las mismas cuestiones, una y otra vez es el rizoma de las inconsistencias de la evolución. La palabra, el artificio que finge el instante; la geometría, que articula el sinfín, entre ellos, se construye el pensamiento para dar cuenta de las perplejidades que, como un nervio, atraviesa la arqueología de un vacío que se llena con la tensión con que la existencia intenta procurar un sentido.
En El Pallo Gelao, Ana Abregú ironiza sobre las torceduras de la naturaleza, el lenguaje, las singularidades del progreso, y las incógnitas de la realidad que trastorna la lógica del tiempo –ajeno al latido de los relojes–, con que la expresividad intenta reconstruir el mundo.
A través de los ojos de este personaje, El Pallo Gelao –algunos lectores lo encontrarán familiar–, cuya circularidad perturbadora no encuentra sosiego; enfrentado a la propuesta de Ana Abregú expresa una ruptura –quizás un fin–, en un recorrido por algunos enigmas de la biología, la matemática, la historia, la filosofía, la cuántica, la vida.
Oitos Rossi.
Pareidolia es una recopilación de escrituras liberadas de las sujeciones entre lo clásico y lo convencional. Pareidolia es como una experiencia romántica en la que la figura y fondo de escrituras adquieren el relieve de formas y valoración de fuentes de referentes y derivas lectoras. Pareidolia disemina la capacidad de encontrar imágenes reconocibles donde quizás no las hay, es como el trance en un espejo deformante en trayectoria de colisión con desarrollos teóricos y estéticos no convencionales, en un presente ilusorio y metafísico del avance de la dialéctica que recoge de lectura en lectura, de poetas, escritores, novelas, ensayos, elementos significativos que persiguen dar cuenta de obras literarias en el arduo intento de manifestar la música interior que resuena en la escritora. Ana Abregú, con Pareidolia, recopila textos críticos sobre diversas obras literarias que estimularon un trabajo sobre la palabra y la exploración sobre las posibilidades del lenguaje.
Este volumen incluye comentarios críticos sobre obras de escritores latinoamericanos, Noé Jitrik, Roberto Ferro, Germán García, Luís Benítez, Claudia Otsubo, Nicolás López Pérez, Eugenia Limansky, Nilda Barba, Mariel Pardo, Julio Barco, Assen Kokalov, Dante Avaro, Rosario Castellanos, Liliana Bellone.
Oitos Rossi.
Textorios es el transcurrir por la comisura del lenguaje, recorrido por las astillas que orbitan el asedio de la poesía, sensibilidad y efervescencia por el trabajo lingüístico de escritores y, exigua insistencia en reflexionar sobre la literatura del presente, sobre los modos de producción de sentido donde los medios funcionan como fuente, personajes, inspiración y controversia; las palabras: la cosa que hace al mundo existir y se proyecta sobre una realidad ecléctica, versátil; textos escritos bajo la atmósfera de catacresis de circunstancias al atravesar lecturas y antianáclasis, pluralidad de significados y, juegos de incompatibilidades. Textorios es un lienzo, un tejido, textura y testimonio de perplejidades con que la literatura suele acometer. Literatura, ese estado pretérito y presente en constante confrontación, interacción más allá de la desvalorización y valores de continuidad.
Textorios reúne comentarios críticos y ensayos sobre y de literatura, momentos fugaces y explícitos, metadiscursos sobre las características de la palabra en la era de la Internet, acaso fenómenos transculturales.
Oitos Rossi.
Nudos que convergen, desprejuicio entre códigos literarios y derivas miméticas, Cíngulos es un estar en la literatura; enfoques desde perspectivas límites, conversación intimista, reflexiones de una andadura textual; atrevimientos sobre maneras impostadas de ficción y verbalizaciones; Ana Abregú, escritora resuelta y persistente, éste, el segundo libro de ensayos, que incluye comentarios críticos de poesía, formula lecturas eclécticas y provocativas que exhiben amplio interés en temas y en intrincados vericuetos de la palabra escrita. Los ensayos de Ana Abregú proponen desintegrar los dispositivos de lectura bajo la óptica de ampliar sus efectos y consecuencias. Cíngulos es un entramado de lógicas imbricadas que intenta un ángulo díscolo sobre representaciones estéticas y textuales.
Oitos Rossi.
En numerosas oportunidades he señalado que entre los varios intereses y obligaciones vinculadas a mi trayectoria intelectual, tanto en el ámbito académico como en el campo literario latinoamericano en términos amplios y no restrictivos, surge una constante: mi interés por las teorías de la lectura y por la actividad crítica vinculada a esas especulaciones. Para cumplir con el deseo que mueve mi vocación, para hacerme cargo de las travesías con las que recorro los textos que leo y sobre –en toda la amplitud de sentido de esa preposición– los que escribo, el ejercicio de la crítica debe perturbar, trastornar, desmontar, las certezas de los saberes fundados en el pleonasmo y asumir los riesgos que supone aceptar que no hay significado oculto a develar, no hay secreto en la infinitud del sentido, sino flujos de diseminación sin fin. A diferencia de los otros libros en los que he compilado mis ensayos críticos, el título de El aparejo de un crítico es una tentativa de poner el foco en el proceso material de la lectura, sea cual fuere la teoría o la poética que guía cualquier tipo de aproximación al sentido de los textos literarios, diría que, sin excepción, comparten ciertos gestos en la práctica concreta.
Jorge Cáceres.
Este es quizás, el recorrido de una obcecación; artículos sobre literatura, reflexiones, comentarios, vivencias; publicaciones en la era de la Internet, que discurre entre lo comunicacional y la literatura; en este texto la autora se propone dar cuenta de sus obsesiones, inquietudes de una escritora que ha emprendido la épica de la literatura; texto ecléctico, iniciático, que analiza recursos poéticos, literarios, herramientas que los escritores despliegan. Se leerá sobre autores disímiles como Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, César Vallejo; poéticas y textos en un amplio extremo temporal; monstruos literarios que asedian a Ana Abregú.De esto estamos hechos, de palabras.
Oitos Rossi.