El pluralismo de intereses es uno de los rasgos más interesantes en la era de la Internet. La ideología y la liberación de historias se ven constantemente estimuladas, desviadas, intervenidas, por una realidad que se convierte en ficción o al revés, lo que imprime un vértigo en las utopías del conocimiento, de la vocación, del objetivo.
Este texto es una “suelta” o una entrega hacia ese devenir de realidad virtual, literaria, científica, atravesadas a veces por el asombro, la impostura, la relación entre sustancias semánticas, desiguales, imperfectas.
Aquí se plantean pertinencias con la problemática de definir rasgos teóricos y textos, literatura y vida, tiempo y estructura; resultado, quizás, de la transformación de nuestro tiempo: Ulises y el caballero de la Triste Figura, cabalgando, no como señal, sino como suceso en sí.
Antalia Isim.
Las razones de la sal se da a la lectura como El castillo de los destinos cruzados, de Ítalo Calvino, con la distinción de que no son las cartas de tarot las que espejan las historias narradas sino los juegos del amor y el deseo, la literatura y la imposibilidad de la lectura. ¿Qué mundos se crean cuando se abre un libro? ¿Qué afectividades explotan cuando aparece el otro? Las voces del texto, que leen, que piensan, que sienten, arman un bucle imperfecto que difiere y desplaza una intriga que no termina de precipitar: quién es quién en esa historia, ¿de uno?, ¿de dos? ¿Qué leen y cómo leen; qué bibliotecas arman y desarman, cómo acercarse a uno de los textos más significativos de la literatura? Los cruces, los desvíos, las intersecciones, las reescrituras, los encuentros fortuitos, los fantasmas, se replican en los hilos narrativos y constructivos: ¿es la rubia?, ¿es Molly?; ¿quién mira y es mirado en esa historia? ¿Qué artilugios literarios asedian y borronean las posibles certidumbres del texto? Las razones de la sal despliega ficción crítica tironeada por el fuego que hay que apagar y por la escena mítica que se tiende entre un libro, un escritor y un lector, en la que laten no sólo poemas y novelas, sino también una historia y una crítica de la literatura. Silvana López.
Uno de los 16 puntos que componen el POSFACIO, por el escritor, crítico, poeta chileno Nicolás López Pérez.
1. En el mismo canto tercero del Inferno de Dante Alighieri hay varios versos sobre los que podríamos estar semanas, meses hablando. Con todo, es preciso destacar el capoverso: “per me si va nella città dolente” (por mí se entra en la ciudad dolente). Esta es una introducción inmejorable para la puerta de entrada al infierno: “lasciate ogne speranza, voi ch'intrate” (dejaos toda esperanza, vosotros que entráis). Dicho esto, ¿qué hacemos aquí cuando a nuestras cabezas viene la consigna ya cliché de “la esperanza es lo último que se pierde”? Las lecturas pueden ser vastas. No nos compliquemos con un debate que no se dará ni ocurrirá en lo sucesivo. Vale quedarnos con la idea de un camino en que el sufrimiento y el dolor son indefectibles, son insoslayables a la experiencia. Del epígrafe extráiganse las ideas de “suspiros, lágrimas y (altos) ayes”. Este no es un punto de partida, sino de llegada. La excusa es Dante, pero ya nos hallamos no en la mitad del camino, sino al final de la obra de Ana Abregú Errancias del Ayés. Desafortunadamente, este posfacio o retrospicio (como he decidido, arbitrariamente, llamarle a estas líneas) exige rebobinar toda la película y volver a fijarnos en la mayor cantidad de detalles posibles pasados por alto en una lectura al volo o rápida. De seguro habrá más en una tercera, cuarta, quinta lectura. Un libro con tamaña complejidad no se lee solo una vez. No.
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FRAGMENTO.
“…el silencio trasforma la oquedad en espacio propicio para la imaginación.
¿De dónde procede esa magia? Tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche que habilita la creación. De ahí, pienso, en esa memoria recobrada que tiene su residencia en la memoria compartida puesta en la letra de Conversaciones con Žižek.
Esta contra-obra debería leerse como una suerte de breve diccionario de la imaginación poética cuyas «entradas» versan precisamente sobre el funcionamiento sin puerto de destino que se asuma como el final de partida.
Ego, memoria, atención, sensibilidad, literatura, filosofía, poética, son algunos de los tópicos que conforman el telar en el que se teje con restos de pensamientos apropiados por las palabras
… la querella entre los filósofos y los poetas, que para Abregú, al igual que para Válery, la victoria es de los poetas, ratificada por la admiración de Heidegger a Hölderlin.
…
La escritura de Ana Abregú trastorna los lugares recurrentes de los géneros con los que habitualmente se vuelcan los tópicos asumidos como materia especulativa, hace partícipe de las conversaciones al lector que ve mientras en ausencia bordea bordando en los bordes de los temas aludidos, se abre a la búsqueda de la instancia poética como el punto en el que se desbarata lo ya visto, lo ya leído. Se sale de la lira a la que se regresa injertando el afuera de los otros textos en un tejido que es un entramado entre innumerables otros que se repiten en la casa de voz narrativa, que es también la de Žižek y del lector.
Fragmentos del Posfacio, Roberto Ferro.
El fuego es un más allá del pensamiento
Por Roberto Ferro
La incandescencia, escrita y reescrita en los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú, impone a la mirada lectora que los recorre un campo de intensidades, territorios donde se intersectan gestos de un pensamiento impuro, nunca alterado por el descubrimiento de la verdad sino que aspiran a la disposición de formas lábiles de un decir poético más que reflexivo. Ninguna de esas incandescencias se deja falsificar en una cómoda representación; mucho menos es posible semejante reducción a medida que la figuración, con su insistencia, se estratifica más y más, y se complica semánticamente. En los textos de Ignitos, las iluminaciones de las brasas se diseminan, se expanden, iluminan y también se enlutan y debilitan, acaso porque solamente así es posible que emerjan, en agónica confrontación, las ideas en su fuga perpetua, sólo entreverando, de modo indecible, esas fulguraciones se entrevén insistentes las huellas de la memoria o las ausencias inasibles del olvido. Al modo de los pensamientos intempestivos nietzschianos, las voces que profieren los fragmentos se presentan como la diversificación de fuerzas casi personificadas que se sitúan, alternativamente, al reparo de tradiciones proclamadas y de la intemperie de las innovaciones de las cegueras de los estereotipos; desde esos puntos de ignición es posible vislumbrar cómo la palabra impulsa a descubrir un algo que le es exterior o anterior, un mundo que lo influye y lo determina. Es a ese punto al que tienden las iluminaciones, un punto en el que las voces no se consumen en el ardor de las deflagraciones sino que se desplazan por la incesancia de la danza de cada llamarada; hasta las más tenues son una red de estancias móviles, estancias que son simultáneamente la quietud y la agitación, como un río cambiante, como una mutación discontinua y obstinada de significaciones.
“Hay días de tiempo perpetuo, infamantes”, así la repetición, una forma anticipada de la muerte, se trastorna en el anuncio de una amenaza: el de la finitud de lo invisible, el ojo que lee queda entonces atrapado en las estrías del sueño de la piedra y vacila frente al laberinto de la letra que es siempre otra cada vez, “A la pequeña cosa, sellada en una piedra, donde la eternidad dejó su huella”.
“Decepciones, savia del empecinado seductor: el tiempo”, mientras se expande declina, en esa tensión da a leer su propia paradoja, la finitud, tal palabra es en definitiva para sus lectores una palabra imposible, nunca nombrada a los largo de todas las secciones. La obra de la escritura de Abregú consiste en atenuar la plenitud del vacío, decir tiempo para que el ojo se quede un palmo más acá de la simple representación y se deslice al abismo interminable de la continuidad, que es para el lector un más allá, siempre otro cada vez.
“Desbaratar el orden diáfano, fortuito, desigual; borrar las líneas de las manos, entrar lentamente en el paraíso de las trivialidades, la razón; matar al tiempo”, esa palabra que retorna en la escritura de Ignitos, retorna con la tenacidad del olvido y con la infidelidad de la memoria, nombra a través de un exceso la precariedad de la presencia en el sentido de fulguración; en efecto, es en la ausencia que la palabra poética encuentra su posibilidad de emerger a la luz, pero es en el sentido de un inevitable declinar el que conduce por el estrecho sendero múltiple y único del laberinto. La palabra poética desborda el pensamiento, el pensamiento debe elegir los sentidos, acordonarlos, regimentarlos, le resulta insoportable la confabulación entramada de la multiplicidad de una pasión anunciada en la lumbre de cada ardor.
La ignición en la textualidad de Ana Abregú habla una lengua en la que el pensamiento queda excedido, éste debe su lucidez a las operaciones de elección, entre presencia y ausencia, “Sin alas ni memoria, todo ese pasado imperfecto memoria y olvido”, entre fulguración y opacidad, en cambio la palabra poética arroja su red de fuego sobre la memoria, “A las sangres extintas, el sabor disimulado, el adiós hecho de conjeturas, armonías, memorias secretas, lúcidas, caudalosas, margen, itinerario y pocas palabras que no alcanzan para el olvido”. El pensamiento se conforma en el interior de un juego de elecciones, la palabra poética como exceso desmonta el compromiso que el lenguaje tiene con la especulación intelectual, su gesto es un exilio, al mismo tiempo que una repatriación, ambos tramados de modo indecidible y en tanto que suplemento se abre a las infinitas formas de la oscilación que los une, los separa, los contamina, en un eterno retorno de la diferencia.
“La pasión elige sus resortes, su poder roza la crueldad, la vida se vuelve una parodia de excesos y la gravedad no aplica al cuerpo”, porque la vida, la sensación de vida, aludida por Abregú en su escritura, se afilia con el sentimiento de la existencia, que a veces suele vincularse a una intensidad gloriosa, pero que necesariamente se impone para su culminación de un cierto vacío para que configurar una identidad, incluso cuando la pasión amorosa emerge jubilosa es porque hay un vacío en el lenguaje que impide nombrarla con nitidez.
“El espejo roto es una historia congelada, como una fotografía, reflejos exasperados, ávida luz, fulmínea, un tajo en la mirada, como romper una llave al enigma de otro tiempo, la paciente red de cazar gestos”. La luz se teje con el ojo y la mirada, se teje por el ojo y la mirada en la repetición y la diferencia, así en los textos de Ignitos la luz que Ana Abregú escribe, y que se da a leer, como el sol se muestra y desaparece, está en la materialidad de la letra pero ausente en la necesidad de la repetición, se deja leer, se ofrece a la mirada pero se torna invisible y vacía en el desplazamiento, en la migración, en la duplicidad de los espejos, en lo que hay de resto visible en la noche invisible. La luz de la ignición y las marcas que dicen su permanencia lábil se unen en una serie cuyas estaciones son las innumerables modulaciones existenciales, y cuyo enlace es la remisión misma, el entramado interminable, el más allá, el otro lado, el movimiento del aparecer deslizándose a la ausencia, el tránsito, el pasaje.
“Hay maneras de confiar al cuerpo afinidades, abandonarse al antojo del énfasis epigramático, tallar la presunción de un comienzo, armar la causa, extenderse fuera de sí. Ser en tu mirada”. La palabra poética de Ana Abregú, digo el resto, el encuentro, la confabulación de la mirada fugaz de que la lea y su escritura enhebran un juego de postergaciones infinitas, así ligadas a la promesa de que la amenaza aleve de la finitud puede ser conjurada, es posible imaginar que en la permanencia testamentaria de esa escritura, se inscribe la huella en la memoria del olvido como una gota de luz, que tiembla como las llamas de una fogata perpetua, una gota intermitente, indecisa que parpadea, quizás la culminación de un viaje por los márgenes de la palabra, un viaje en el que el lector, pienso el viajero y digo el lector, imagina elegir el camino mientras no advierte que él mismo es el trazado del laberinto. “Exorcizados, limpios, oímos y escucha, litigio en tránsito, la lluvia replica los espejos del laberinto al arbitrio de poemas; huella y brevedad, organizan la combustión que neutraliza la melancolía y su percusión”.
He leído los fragmentos de Ignitos de Ana Abregú asediado por la conjetura de que un libro nunca está terminado, que siempre se puede encontrar algo para ser para presentar una palabra suplementaria que, despojada aquí de las instancias mediadoras de la evaluación crítica, le permite interrogarse acerca de las motivaciones que incitan su práctica, de las singularidades poéticas que la definen o de la peculiar inserción en el devenir histórico que asume, sea con relación a una tradición literaria específica o en el contexto de procesos culturales y sociales más amplios.
Los fragmentos epigramáticos de Ignitos se caracterizan precisamente por crear un espacio de indeterminación entre la poesía, ficción y una especie de autobiografía de lecturas. Lo que complica un poco la aparente separación entre una voz discursiva distinta en los ensayos e intervenciones críticas o la luminiscencia de las imaginaciones literarias.
No hay en la escritura de Abregú un gesto lindante con la revelación, sino más bien estallidos de un fulgor y sus incesantes resplandores, poniendo en la traza de sus palabras la gran cuestión de todo escritor, sin distancia, el mundo, las cosas, los otros, abruman. Por eso no hay convocatoria a testigos que se conmuevan se desmonta el presente para reescribirlo como futuro del pasado, aquí donde toda sublevación es una mueca pasajera.
Este libro consuma la continuidad de una voz incisiva de la literatura argentina contemporánea. En la escritura de Ana Abregú, en la continuidad de su escritura la luz del sentido no se debilita si logra perturbar la mirada lectura, por eso busca su complicidad, se deja atravesar por ella. Para mi mirada de lector, la incandescencia de su imaginación habilita lo propio de la voz, las estrías de la piedra anuncian los temblores del desierto y yo me entrego a los tenues rumores del mundo y a las irradiaciones de una lengua poética única.
Buenos Aires, Coghlan julio de 2022.
POSFACIO
Si titular es, de alguna manera, revelar sin anticipar, el título de este texto de Ana Abregú no solo interpela al lector sino también anuncia, despliega y abre una serie incalculable de derivas de sentido que a un tiempo exhiben su propio develamiento sin que eso suponga clausura o conclusión. De hacer caso a tales palabras, lo más sensato sería comenzar estas líneas expandiendo ese título sin glosarlo: Pentimentos, el arte de superponer sedimentos. Y a continuación, lo que voy a hacer, más modestamente, es dedicar estas breves líneas a desarrollar lo que el título anticipa. Debo comenzar por aproximar un lente de aumento a mi mirada lectora, de manera que aparezcan algunos rasgos que operan como cifras de núcleos semánticos plenos: arte, combinar, fragmentos; en fin, disponer hibridaciones genéricas como precipitados, cada entrada es una especie de centón en el que convergen como inestables superposiciones a la manera de palimpsestos que bien podrían haber ilustrado Escher. Ana Abregú, con una fina maestría va disponiendo capas superpuestas de sedimentos de voces líricas, voces narrativas que atraen a la linealidad de sus fragmentos intersecciones en las que se asoman como tentativas de múltiples destellos de discursos filosóficos, literarios, políticos. El sentido de un pentimento testimonia nítidamente una situación en la que es posible reconocer la especificidad de su gestualidad, lo que se da en sus enlaces, envíos y remisiones no es identidad ni plenitud de presencia alguna, sino más bien una tensión entre la simultaneidad del trazo y el sedimento significativo que se confabula con la ausencia de lo anterior. El sedimento de la escritura presente y la ausencia de lo que la antecede son dimensiones autoimplicadas bajo la perspectiva de la diferencia. La función del pentimento sólo puede concebirse en el entramado siempre inestable entre el par presencia/ausencia. En la instancia de pensar la consistencia y el espesor de esta obra de Ana Abregú, los sedimentos activos sobre los que se asientan y de los que divergen forman parte decisiva de su configuración. Para finalizar, un aviso en forma de sugerencia para los bibliotecarios del futuro, será necesario abrir una clase única e inédita para un texto único, allí podrán ubicar Pentimentos de Ana Abregú.
Roberto Ferro
Todo testimonio procura una voz, de lo que no tiene voz. Supay es una dicotomía confinada en la disposición jerárquica del tiempo. En Supay, Luna desterrado –en el sentido de estar suspendido en el aire, quizás–, mientras la pandemia le traza límites invisibles. La complejidad del control sobre sí mismo parece disiparse. Enamorado, perplejo, imbuido en el magma de la poesía, huye hacia su mente, hacia otro cuerpo insustancial y hacia el propio. La irrealidad sutil parece instaurada. Si en Dédalo –novela anterior, biografía apócrifa–, Luna se trasladaba en la geografía y confrontaba la inmaterialidad de las voces que guiaban su estar poético en pandemia, en Supay enfrenta un monstruo, la caducidad del movimiento y el desdoblamiento del tiempo.
Ana Abregú da cuenta de la historia de Luna, obstaculizado y sin itinerario; le otorga voz al poeta que lucha con el desprendimiento del olvido en el borde de un yo sin identidad, intentando descifrar los signos de su destino. Supay es el relato paradójico entre el fuego de la poesía y el amor, en la intimidad del lenguaje y el deseo.
Oitos Rossi.
El pasado absoluto impulsa la muerte futura. De ahí que el comienzo de la novela coincida con una muerte, como un tiempo aplastado, sin salida, sin escapatoria, porque hasta su campo ciego es un precipicio. La poesía es el horizonte estético de La mujer fingida de Ana Abregú y, correlativamente, la instancia del anclaje inestable y conjetural de su relación con el lenguaje. La nitidez de las descripciones se asienta en la fuerza poética con que se dice la percepción. Las voces narrativas de la novela figuran los escenarios, las variaciones de la luz, los reflejos, los movimientos, y la precisión sensible de esas imágenes se diseminan en la trama. Si tomáramos como válidas las categorías de mundo y escritura, podría afirmarse que el proyecto de escritura de Abregú, afirmado en esta novela, da a leer una trama sinuosa por la se asoman los resquicios por donde se filtra una historia constantemente acechada por la dificultad de ser contada; la escritura acosa el mundo sin alcanzarlo, pero exhibiendo sus perfiles difusos y amenazantes. Las acciones se suceden cribadas por la impotencia de un lenguaje para nombrar los acontecimientos, revelando su incompletitud, por sus rasgos inenarrables, por los innumerables puntos de fuga de la certeza. En La mujer fingida se despliega con maestría el arte de la descripción para aproximarse de modo inigualable a narrar la dimensión perceptiva. Abregú deja que el relato aluda a los movimientos de sus personajes narrando de manera singular y única las vivencias que los conmueven. Con un nivel de detalle magistral y una gran profundidad compositiva, La mujer fingida describe las peripecias y narra las percepciones. Ana Abregú consigue crear una mirada inquietante sobre la consistencia de la vida y sus entornos en una novela perturbadora.
Roberto Ferro
Macedonio/ Para empezar aplaudiendo es una pieza teatral que pone en movimiento la obra de un escritor argentino paradigmático, maestro y modelo de la generación de Florida. Jorge Luis Borges comentaba haberlo admirado hasta el plagio. Liliana Heer logra traducir el pensamiento de Macedonio Fernández a una lengua constantemente alusiva, muy familiar al lector macedoniano, pero también capaz de contener a quien no pasó el umbral de las escrituras del autor de Papeles de Reciénvenido. Las voces y los ecos de seis personajes -El bobo, Desandar, Layda, Tantalia, Aspirante a Genio y Macedonio- son la usina de esta inigualable invitación a escena, precedida por veinticinco textos escritos por veinticinco especialistas en Macedonio que conforman los Prólogos de este libro a semejanza de la Novela de La Eterna. Los dibujos de Vanina Muraro, con sus líneas silbidos, hacen presente la dimensión creativa de los protagonistas.
Escribis tu historia para reencontrarte con vos mismo en el futuro o sos escrito por alguien que dará cuenta de tu existencia. Escribis tu historia para reencontrarte con vos mismo en el futuro o sos escrito por alguien que dará cuenta de tu existencia. Hay muchas cuestiones por la que una historia es escrita; la puesta en escena es sobre algo que pasa y usualmente lo que pasa da cuenta de un testigo y una elección para dar cuenta de ello: el que narra. La discusión de los elementos que se ponen en tensión para una narración, es también una historia, un relato, quizás tu historia misma. Antalia Emerik.
Una mujer despierta en la habitación de una clínica, está inmóvil, los médicos y las enfermeras que la atienden convalidan los datos que les revelan los aparatos a los cuales ha sido conectada: la paciente continúa con vida pero en estado vegetativo. Sin embargo, ella los ve y los oye; conserva un estado de duermevela en el que trascurre un tiempo indefinido, un presente que parece detenido, el fluir de la inmovilidad...Roberto Ferro
Los villanos son el condimento necesario y atractivo de todas las historias de ficción. Sin embargo, odiados, mal pagos y sin el magnetismo de los héroes, resisten la mirada del público, muchas veces caprichosa e injusta, con los valores fundamentales: el amor por la actuación y la amistad inquebrantable. Paravenirle a Shorty su último deseo, Pere y los otros, formar cuestionar sus convicciones, enfrentar sus miedos y llevar a cabo la acción por fuera de sus escenarios habituales. Sabemos que no todo es lo que parece