Jorge Cáceres, un vendedor de libros raros, recibe el encargo de búsqueda de un libro editado en una tirada de un ejemplar único; en paralelo está empeñado en el rescate de la correspondencia entre Juan Carlos Onetti y un amigo, que especula pude significar un hallazgo notable. Siguiendo las pistas de esa investigación, en una librería de Maldonado le ofrecen la primera edición de un libro de Alejandra Pizarnik, al revisarlo descubre una huella sangrienta. Esa revelación lo remite al encuentro con una mujer que estaba convencida de que esa era la prueba de un asesinato y trastorna la libreta de notas en la iba dejando constancia de los avatares de sus actividades. Ese es el nudo de la urdimbre de Un ejemplar único en la que se cruzan el desafío de reescribir el relato que iba componiendo con los asedios de las tensiones entre el presente de las acciones y el pasado que descubre no ha sido registrado en su memoria. La narrativa de Roberto Ferro se abre a deslumbrantes espacios de reflexión a través de referencias culturales y teóricas donde se revitalizan los enigmas clásicos del género policial, en una novela que atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros, de los matices expresivos y por su reflexión sobre los laberintos de la memoria.
Erbóreo Frot
El valor de este texto, bajo la denominación de crónicas, establece relación con vida, el hecho real, no la palabra. Es la expresión de perturbaciones al azar, visiones sobre el estar poético, insistencia en el montaje de teorías tan frágiles o tan sólidas que no se puedan diferenciar. La andadura errática de este texto, comienza con la pandemia, cuando creí entrar a un túnel y se convirtió en un laberinto; transferí mi atención al análisis de vanguardias estéticas, un ir y venir en el tiempo, acaso detenerlo, repetirlo. Este es quizás, un texto sobre un instante en que el mundo cambió, de personas se transmutó a medios, textos, post, voces, videos, impresiones, literatura, torceduras temporales, desdoblamientos, virtualidad, redes sociales.
El pasado y presente de los “ismos”, puestos en tensión con el objeto de preservar una memoria. Es un texto sobre errancias y perplejidades, un intento de asir el tiempo, un modo de neutralizar la espera de la reactivación del mundo.
Mientras escribía esto, publiqué alrededor de catorce libros, en un total de dieciocho. No creo que este constituya una pista sobre ellos, tramas o sentidos, sino, por el contrario, da cuenta de los vacíos; sin justificación de comienzo o fin, es eso: huellas, señales, incertidumbres, testimonios de imposturas.
POSFACIO
Un tratado poético del injerto.
Teorema de la lengua de Ana Abregú
Teorema de la lengua de Ana Abregú se da a leer como una contra-obra, una suerte de diccionario del pensamiento cuyas «entradas» versan precisamente sobre la diversidad tanto de su funcionamiento como de los vacíos que se abren en cada intersticio de las discontinuidades. Identidad, memoria, atención, experiencia, literatura, filosofía, poética, son algunos de los motivos que conforman el horizonte de este texto al que las voces líricas, que enhebran la ilación de las series que lo configuran, aluden elípticamente a través de figuraciones atravesadas por alambicados juegos del lenguaje, diseñando imágenes sobre un telar al que se asoman las derivas insaciables del sentido. Esta obra exhibe la labor de una escritora que despliega una insistencia vinculada a términos sistemáticos como teorema, conjetura, paradoja, hipótesis, semántica, hermenéutica, dispuestos en forma heteróclita y que, por ello, resultan de una originalidad extrema cuando en un gesto de gran atrevimiento reúne esos términos haciéndolos depender de un vínculo de pertenencia a nombres propios como Proclo, Pareto, Novalis, Gadamer. Cada uno de ellos es una cifra incandescente que ilumina las reflexiones, los debates, las consecuencias de sus intervenciones en el campo del saber. Esa encrucijada entre las dos series, la de los conceptos y la de los nombres, requiere atender a los modos de constitución del formato que Ana Abregú ha elegido para disponerlos; ante todo, el presupuesto teórico de que el nombre del autor funciona como índice de una relación de atribución que no participa de la lógica lineal de la determinación, sino que es el resultado de un dispositivo en el que se traman un conjunto de operaciones discursivas de gran complejidad, en Teorema de la lengua la sucesión impone una posibilidad de trastornar certezas, sumado a la hibridación discursiva, todo ello rematado por un envío a Macedonio Fernández, al que homenajea en un significativo epígrafe, asumiendo su poética de lectura. Teorema de la lengua no tiene un tablero de dirección, Ana Abregú confía que alguno de los lectores se animarán a combinar el caleidoscopio con la enciclopedia siguiendo la perspectiva macedoniana: Confío en que no tendré lector seguido. Sería el que puede causar mi fracaso y despojarme de la celebridad que más o menos zurdamente procuro escamotear para alguno de mis personajes. Y eso de fracasar es un lucimiento que no sienta a la edad.Al lector salteado me acojo.
Por tanto, se hace necesario deslindar muy bien las tentativas de aproximación a cada uno de los fragmentos poéticos. En mis errancias por la textualidad de la obra, asomado en principio a las formaciones discursivas de la filosofía y la ciencia, moduladas, desde las cadencias y los ritmos de las voces líricas he valorado, primordialmente, la organización alcanzada, entonces, en la apropiación por esta escritura de tensiones temáticas confrontándolas con los desvíos de las imágenes poéticas. Ana Abregú sortea el riesgo de condensarse en una formulación paródica porque quiéralo o no, asume la disposición textual como un deslizamiento estratégico no sólo para comprender su relación con la filosofía y la ciencia, sino para definir el perfil de su poética, pues allí es donde inscribe su escritura especulativa, circundando los bordes de los discursos tradicionales para develar no sólo el hacer poético sino, además, una forma inédita sobre la que se asienta para asumirse en el cuerpo de la letra. En consecuencia, es posible situar Teorema de la lengua en la tradición abierta por Paul Valery para dilucidar cuál es el sesgo de su postura con la filosofía con el fin de comprender lo que puede considerase un capítulo más de lo que se ha llamado, desde Platón, la confrontación entre los filósofos y los poetas. Para Ana Abregú, como para Valéry la victoria es de los poetas, pero en el caso de Teorema de la lengua se ensancha el horizonte de disputa intersectando las tensiones con las discursividades de la ciencia. Ana Abregú, en consonancia con Luwig Wittgenstein, asume que los problemas filosóficos y científicos derivan de un mal uso de la lengua. A las palabras del lenguaje ordinario se les asigna un significado estable, más allá de los contextos de uso, con el fin de crear una impresión del saber, donde no hay tales certezas sino un conjunto de problemas que en el momento de ser precisados se hacen evanescentes. Los galimatías a los que nos conducen los discursos de certeza residen en la ignorancia de lo que Valery llama el carácter transitivo del lenguaje: Uno olvida el rol únicamente transitivo de las palabras, solamente provisional. Uno supone que la palabra tiene un sentido, y que ese sentido representa un ser, es decir, que el funcionamiento de la palabra es independiente de todo y de mi funcionamiento instantáneo en particular. Abregú, situada como poeta, como quien hace poemas, asume la crítica de ciertos términos sólo como una instancia para abordar lo que le interesa: la comprensión del hacer y, en particular, del hacer que crea, considerado por él, como la acción humana más completa en tanto que involucra el mayor número de poderes del espíritu. El título de cada poema siempre funciona como un nombre propio al que replica; inscripto en el margen perdura en un más allá de las voces líricas identificando al texto y, por lo tanto, habilita la posibilidad de referirlo o evocarlo lo cual perturba cierta legalidad de la lengua y del discurso, puesto que introduce un repliegue en las operaciones de denominación y referencia.
Si como afirma Jacques Derrida escribir quiere decir injertar. Es la misma palabra, el decir de la cosa es devuelto a su ser-injertado. El injerto no sobreviene a lo propio de la cosa. No hay cosa como tampoco hay texto original. Ana Abregú, en Teorema de la lengua, toma partido por el uso poético de la lengua, a saber, la convicción de que el lenguaje hunde sus raíces en la acción y que es ésta la que le da sentido a las palabras. De ahí que su libro sea un manifiesto en el que se entrecruzan tradiciones y envíos, que tal como he ido citando configuran un modo de proponer que el sentido es inasible y la palabra poética es el mayor desafío de la escritura. El gran hallazgo de Teorema de la lengua es asumir que el sentido de los textos no depende del sentido atribuido a las palabras sino de las cartografías, siempre otras cada vez, en las que se injertan.
Roberto Ferro
POSFACIO
Si titular es, de alguna manera, revelar sin anticipar, el título de este texto de Ana Abregú no solo interpela al lector sino también anuncia, despliega y abre una serie incalculable de derivas de sentido que a un tiempo exhiben su propio develamiento sin que eso suponga clausura o conclusión. De hacer caso a tales palabras, lo más sensato sería comenzar estas líneas expandiendo ese título sin glosarlo: Pentimentos, el arte de superponer sedimentos. Y a continuación, lo que voy a hacer, más modestamente, es dedicar estas breves líneas a desarrollar lo que el título anticipa. Debo comenzar por aproximar un lente de aumento a mi mirada lectora, de manera que aparezcan algunos rasgos que operan como cifras de núcleos semánticos plenos: arte, combinar, fragmentos; en fin, disponer hibridaciones genéricas como precipitados, cada entrada es una especie de centón en el que convergen como inestables superposiciones a la manera de palimpsestos que bien podrían haber ilustrado Escher. Ana Abregú, con una fina maestría va disponiendo capas superpuestas de sedimentos de voces líricas, voces narrativas que atraen a la linealidad de sus fragmentos intersecciones en las que se asoman como tentativas de múltiples destellos de discursos filosóficos, literarios, políticos. El sentido de un pentimento testimonia nítidamente una situación en la que es posible reconocer la especificidad de su gestualidad, lo que se da en sus enlaces, envíos y remisiones no es identidad ni plenitud de presencia alguna, sino más bien una tensión entre la simultaneidad del trazo y el sedimento significativo que se confabula con la ausencia de lo anterior. El sedimento de la escritura presente y la ausencia de lo que la antecede son dimensiones autoimplicadas bajo la perspectiva de la diferencia. La función del pentimento sólo puede concebirse en el entramado siempre inestable entre el par presencia/ausencia. En la instancia de pensar la consistencia y el espesor de esta obra de Ana Abregú, los sedimentos activos sobre los que se asientan y de los que divergen forman parte decisiva de su configuración. Para finalizar, un aviso en forma de sugerencia para los bibliotecarios del futuro, será necesario abrir una clase única e inédita para un texto único, allí podrán ubicar Pentimentos de Ana Abregú.
Roberto Ferro
Martín Maidana el vecino de la próxima puerta de la oficina de Jorge Cáceres lo atraerá a una red de sinuosas relaciones; una de ellas lo pondrá en la pista de Marcel Duchamp que vivió en Buenos Aires desde el 19 de septiembre de 1918 al 22 de junio de 1919. Dos fotografías sepias de una mujer desnuda, al parecer sacadas por el artista son la posible prueba de que antes de partir hacia Nueva York le ha regalado un ready-made a la modelo; una composición tan valiosa como ignorada en los catálogos de su obra. La próxima puerta es la envolvente historia de una búsqueda y la de innumerables intentos fallidos, también de la fragilidad y la tenacidad con que dos fantasmas se entrelazan en el secreto y la ocultación, el fingimiento y la conjetura, en última instancia en la dificultad de separar deseo y realidad. La imagen desnuda de una mujer era una ilusión que se presentaba como prueba pero que no daba testimonio. Ese era el nexo, la zona de contacto entre dos fantasmas solo en las palabras; la identidad de Martín Maidana aparecía ligada a la narración, al discurso, a la creencia y al enigma, mientras que la corporalidad inaccesible de María Laura era como un destello que solo se dejaba entrever para postergar cierta fugacidad hasta una nueva reaparición. La novela de Roberto Ferro puede ser leída como un sutil folletín contemporáneo sobre la identidad perdida y la impostura del deseo, pero también como un espléndido thriller sobre la aventura de componer en relato la complejidad de la vida de un solitario.
Erbóreo R. Frot
Todo testimonio procura una voz, de lo que no tiene voz. Supay es una dicotomía confinada en la disposición jerárquica del tiempo. En Supay, Luna desterrado –en el sentido de estar suspendido en el aire, quizás–, mientras la pandemia le traza límites invisibles. La complejidad del control sobre sí mismo parece disiparse. Enamorado, perplejo, imbuido en el magma de la poesía, huye hacia su mente, hacia otro cuerpo insustancial y hacia el propio. La irrealidad sutil parece instaurada. Si en Dédalo –novela anterior, biografía apócrifa–, Luna se trasladaba en la geografía y confrontaba la inmaterialidad de las voces que guiaban su estar poético en pandemia, en Supay enfrenta un monstruo, la caducidad del movimiento y el desdoblamiento del tiempo.
Ana Abregú da cuenta de la historia de Luna, obstaculizado y sin itinerario; le otorga voz al poeta que lucha con el desprendimiento del olvido en el borde de un yo sin identidad, intentando descifrar los signos de su destino. Supay es el relato paradójico entre el fuego de la poesía y el amor, en la intimidad del lenguaje y el deseo.
Oitos Rossi.
En el cuento interminable, las mismas cuestiones, una y otra vez es el rizoma de las inconsistencias de la evolución. La palabra, el artificio que finge el instante; la geometría, que articula el sinfín, entre ellos, se construye el pensamiento para dar cuenta de las perplejidades que, como un nervio, atraviesa la arqueología de un vacío que se llena con la tensión con que la existencia intenta procurar un sentido.
En El Pallo Gelao, Ana Abregú ironiza sobre las torceduras de la naturaleza, el lenguaje, las singularidades del progreso, y las incógnitas de la realidad que trastorna la lógica del tiempo –ajeno al latido de los relojes–, con que la expresividad intenta reconstruir el mundo.
A través de los ojos de este personaje, El Pallo Gelao –algunos lectores lo encontrarán familiar–, cuya circularidad perturbadora no encuentra sosiego; enfrentado a la propuesta de Ana Abregú expresa una ruptura –quizás un fin–, en un recorrido por algunos enigmas de la biología, la matemática, la historia, la filosofía, la cuántica, la vida.
Oitos Rossi.
Pareidolia es una recopilación de escrituras liberadas de las sujeciones entre lo clásico y lo convencional. Pareidolia es como una experiencia romántica en la que la figura y fondo de escrituras adquieren el relieve de formas y valoración de fuentes de referentes y derivas lectoras. Pareidolia disemina la capacidad de encontrar imágenes reconocibles donde quizás no las hay, es como el trance en un espejo deformante en trayectoria de colisión con desarrollos teóricos y estéticos no convencionales, en un presente ilusorio y metafísico del avance de la dialéctica que recoge de lectura en lectura, de poetas, escritores, novelas, ensayos, elementos significativos que persiguen dar cuenta de obras literarias en el arduo intento de manifestar la música interior que resuena en la escritora. Ana Abregú, con Pareidolia, recopila textos críticos sobre diversas obras literarias que estimularon un trabajo sobre la palabra y la exploración sobre las posibilidades del lenguaje.
Este volumen incluye comentarios críticos sobre obras de escritores latinoamericanos, Noé Jitrik, Roberto Ferro, Germán García, Luís Benítez, Claudia Otsubo, Nicolás López Pérez, Eugenia Limansky, Nilda Barba, Mariel Pardo, Julio Barco, Assen Kokalov, Dante Avaro, Rosario Castellanos, Liliana Bellone.
Oitos Rossi.
“Nada literario me (le) es ajeno”, podría decir (y decirse) acerca de un libro como el que viene a continuación. Declaración audaz, pero verdadera: desfilan en esas desbordantes páginas textos, referencias, sobreentendidos, alusiones, reflexiones, el universo de la literatura en fin, una constelación de palabras, que son también conceptos, mediante los cuales Roberto Ferro trama una relación pasional (e intelectual) con la literatura de su tiempo y en la que resuenan ecos de la gran literatura de todos los tiempos.
Noé Jitrik
Novedad: Si en Atrave(r)sar –poemario anterior–, Ana Abregú desafió a la vivencia como forma de acceder al lenguaje, a partir de incisiones y fragmentos que pueden leerse como poesía y que cuestionan la idea de legibilidad y permanencia que cada texto logra con su significado, en Antí(eu)fon(í)as presenta una serie de secuencias que montan y desmontan pequeños dioramas donde la poesía aparece ya no como certeza, sino como posibilidad.
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Los textos de Antí(eu)fon(í)as buscan su propio tempo mítico más allá de todo mito, donde la partitura no empieza ni termina (porque no es relevante ni el inicio ni el fin), no así la escritura que fue una ilusión (como si todo nunca hubiese sido escrito) de una persona ensayando el delicado sonido de un estado transitorio cercano a la antropofuga, una hormiga que lleva la materia prima directo al reproductor de la melodía.
Nicolás López-Pérez, Rancagua|Chile, 28abril/18mayo-MMXXI
Textorios es el transcurrir por la comisura del lenguaje, recorrido por las astillas que orbitan el asedio de la poesía, sensibilidad y efervescencia por el trabajo lingüístico de escritores y, exigua insistencia en reflexionar sobre la literatura del presente, sobre los modos de producción de sentido donde los medios funcionan como fuente, personajes, inspiración y controversia; las palabras: la cosa que hace al mundo existir y se proyecta sobre una realidad ecléctica, versátil; textos escritos bajo la atmósfera de catacresis de circunstancias al atravesar lecturas y antianáclasis, pluralidad de significados y, juegos de incompatibilidades. Textorios es un lienzo, un tejido, textura y testimonio de perplejidades con que la literatura suele acometer. Literatura, ese estado pretérito y presente en constante confrontación, interacción más allá de la desvalorización y valores de continuidad.
Textorios reúne comentarios críticos y ensayos sobre y de literatura, momentos fugaces y explícitos, metadiscursos sobre las características de la palabra en la era de la Internet, acaso fenómenos transculturales.
Oitos Rossi.
Nudos que convergen, desprejuicio entre códigos literarios y derivas miméticas, Cíngulos es un estar en la literatura; enfoques desde perspectivas límites, conversación intimista, reflexiones de una andadura textual; atrevimientos sobre maneras impostadas de ficción y verbalizaciones; Ana Abregú, escritora resuelta y persistente, éste, el segundo libro de ensayos, que incluye comentarios críticos de poesía, formula lecturas eclécticas y provocativas que exhiben amplio interés en temas y en intrincados vericuetos de la palabra escrita. Los ensayos de Ana Abregú proponen desintegrar los dispositivos de lectura bajo la óptica de ampliar sus efectos y consecuencias. Cíngulos es un entramado de lógicas imbricadas que intenta un ángulo díscolo sobre representaciones estéticas y textuales.
Oitos Rossi.
En numerosas oportunidades he señalado que entre los varios intereses y obligaciones vinculadas a mi trayectoria intelectual, tanto en el ámbito académico como en el campo literario latinoamericano en términos amplios y no restrictivos, surge una constante: mi interés por las teorías de la lectura y por la actividad crítica vinculada a esas especulaciones. Para cumplir con el deseo que mueve mi vocación, para hacerme cargo de las travesías con las que recorro los textos que leo y sobre –en toda la amplitud de sentido de esa preposición– los que escribo, el ejercicio de la crítica debe perturbar, trastornar, desmontar, las certezas de los saberes fundados en el pleonasmo y asumir los riesgos que supone aceptar que no hay significado oculto a develar, no hay secreto en la infinitud del sentido, sino flujos de diseminación sin fin. A diferencia de los otros libros en los que he compilado mis ensayos críticos, el título de El aparejo de un crítico es una tentativa de poner el foco en el proceso material de la lectura, sea cual fuere la teoría o la poética que guía cualquier tipo de aproximación al sentido de los textos literarios, diría que, sin excepción, comparten ciertos gestos en la práctica concreta.
Jorge Cáceres.
Este es quizás, el recorrido de una obcecación; artículos sobre literatura, reflexiones, comentarios, vivencias; publicaciones en la era de la Internet, que discurre entre lo comunicacional y la literatura; en este texto la autora se propone dar cuenta de sus obsesiones, inquietudes de una escritora que ha emprendido la épica de la literatura; texto ecléctico, iniciático, que analiza recursos poéticos, literarios, herramientas que los escritores despliegan. Se leerá sobre autores disímiles como Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, César Vallejo; poéticas y textos en un amplio extremo temporal; monstruos literarios que asedian a Ana Abregú.De esto estamos hechos, de palabras.
Oitos Rossi.
En la última etapa de su vida, el anciano y enfermo M., el protagonista de Envejecimiento Ilícito, rememora el sinuoso recorrido por los sótanos de su memoria. No siempre fue un triste saco de huesos y fermentos corporales; alguna vez ha sido joven, osado, vigoroso. Pronto aprendió que debía dejar de lado ideales, sueños, fe. La rapiña, la codicia y la corrupción extinguieron su fuego y aniquilaron su esperanza.
La notable novela de Eduardo Méndez es una descarnada reflexión sobre los entretelones de la política argentina de los últimos tiempos.
La trama del relato se despliega como si fuera el reverso de una novela de aprendizaje, comienza por el final y se dirige hacia el principio en un incesante juego bascular entre el presente y el pasado. En los claroscuros de los recuerdos de M. se entrelazan su itinerario personal con la memoria compartida de los sucesos políticos que jalonan los avatares de la historia reciente. En una virtuosa urdimbre entre la ficción narrativa y la inflexión ensayística se tiende un telar genérico de brillante hibridez.
Con Envejecimiento ilícito, una novela potente, vigorosa, narrada con pericia indudable y con un gesto que exhibe un pulso distintivo, Eduardo Méndez irrumpe en el escenario de la narrativa argentina como una voz disonante.
Roberto Ferro
Julio Barco pasa revista a la poesía peruana y la hace dialogar no solo con otras tradiciones literarias sino con un presente, siempre degradado, y cada vez más desentendido de arte. Pero el libro no es triste ni se ahoga en la denuncia. Se trata, más bien, de la celebración del instante, de la palabra, de una realidad agónica asaltada por los versos y de unos versos siempre desestabilizados por el caos imparable de la realidad. En ese aluvión, en ese abismo, los versos celebran el contacto o, mejor dicho, el resto de un contacto que insiste en su presencia. En este libro, el Perú y su literatura vuelven a mostrarse en su áspera y rauda intensidad. Víctor Vich
La poesía como pasión por el lenguaje. Y padecer, un salto de fe desde la mente al mundo. La mente como un viaje cada vez, como un producto histórico. Y el poema, en verso, en prosa, de una tradición, de una generación, de una refundación necesaria, de un tour de force es una gran categoría de la mente. El poema nunca es el mismo que escribimos. Cuando lo escribimos. Algo se pierde en la transfiguración del lenguaje. Julio Barco (Lima, 1991) lleva casi una década labrando una poética volcánica urbana-digital a flor de piel, en tecnicolor, en una hiperrealidad que sale y se mete en la cabeza, y con una cuya sonoridad que es ir aprendiendo a domar las pasiones en la soledad, de la música de un lenguaje en llamas que no se consume. Este poeta ingresa y egresa en la vida misma, intercala ritmos, blancuras de página, torrentes de intensidad, intertextos; interviene creativamente la entropía y genera una obra sui generis en la poesía latinoamericana. Nicolás López-Pérez
La literatura es una práctica y un fenómeno colectivo. Detrás de esa abierta pero acotada afirmación, obras posibles y póstumas revoloteando desnudas alrededor del fuego en un jardín de caos convertidos en cosmos. Es una metafísica compartida, de quienes leen y quienes escriben. Inevitablemente, se está en una u otra posición. Se puede estar en ambas. El cansancio es mayor. Todo el tiempo estamos leyendo. La realidad misma es forzosamente legible. Leemos más representaciones en hielo que letras. La literatura nos muestra una simbiosis milenaria entre palabra e imagen. Y desde ahí, proyecta una incapacidad capaz de aunar fragmentos e hiperconectividad. Sobre todo, hoy, con la explosión de la autoría. Autores y autoras por doquier. El delirio proviene de la firma de las cosas que nacen, a partir de la nada o desde algo existente, en general, residuos. La literatura provee de asociaciones que liberan un efecto, más allá de decir y ver. La literatura admite su propia literatura. La metaliteratura. La literatura de la literatura. Una biblioteca imaginaria, causalidades & accidentes juntos en la misma mesa. Un recorrido por una experiencia lectora alienadora, de alguna manera un libro está involucrado en algo. Un libro, un autor o una autora, una obra, un impacto, un qué y un por qué. Cosas que se han quedado en la posibilidad o son porque ya están muertas. Se pueden ver materiales para una nueva obra posible, para una gran ouija que construye un momento en que todas las ficciones se tocan. En lo hermoso de esa frontera que la creatividad establece, uno vuelve a ser inventado. Las palabras de otros vuelven para amplificar una voz. Y se recurre a ellas para darles presente o por una mudez pendiente de examinar.Metaliteratura & Co es una forma de comparecer en una conversación mental que no se acaba & que, con todo, ve el final del túnel, donde los muertos empiezan a saludarla acompañando y velando al nuevo muerto. El que escribe este libro.
Arder (Gramática de los dientes de león) de Julio Barco es un cóctel polifónico, anárquico y experimental con una innovadora forma de leer el lenguaje y de sentir la poesía. Da gusto saber que en Latinoamérica hay jóvenes que desean quebrar los vidrios y hacer con las astillas otra poesía.
Fredy Yezzed
Apropiación, transposición, reformulación de convenciones, signos y grafías, se articulan en este poemario de Julio Barco, Arder (gramática de los dientes de león), del cual ya comenté algunos detalles en la revista Metaliteratura.
Con un narrador diglósico –lenguajes en contraste–, armoniza –el sentido musical no es inocente– un diálogo con otras literaturas, deslizándose en diferentes estilos. Literatura fresca, nueva, que se apropia de los conflictos de la actualidad, donde los medios tecnológicos enfatizan los procesos de traducción así como el dispositivo interpretativo.
Con un lenguaje transformador, intenso, heterotópico –en el sentido foucaultiano–, Arder ilumina los excesos, las parodias, las derivas de lectura y un espacio real y beligerante de la épica de un poeta. Se consigue en Amazon, papel y ebook.
Julio Barco se rebela y se enfrenta poéticamente a la voracidad del nuevo mundo dominado por el Mercado-Capital. Es por eso que se instala en la marginalidad de una ciudad devoradora, violenta, pacata e hipócrita como es Lima; y desde esas orillas subyugadas de la Modernidad es que levanta su voz ante el descarnado furor de la sobrevivencia. Este es el cantar del siglo XXI de Lima.Calle NN, 2017. Miguel Idelfonso, poeta y escritor, Premio Nacional de poesía 2017