Liliana Heer encuentra en la temporalidad del amor un vehículo para realizar su poética -más allá de la causalidad del relato clásico. Nicole y Jota viajan a Serbia, viven en una barcaza, son testigos de los efectos de una guerra, visitan la casa de la poeta Desanka Maksimovic, conocen a los actores de Teatro Vuk, se divierten con ellos en una noche inolvidable. Como en un escenario, los cuerpos se transforman en la encarnación de su imagen desnuda, mitológica y carnal. “Un hombre y una mujer. La extrañeza. Algo perdido siempre.” Para que lo perdido regrese, para que los cuerpos dejen de ser espejismos, para que la desnudez cubra lo desnudo, el amor trama sus signos en la ilusión o el hábito de una carne atemporal. A veces relato que no cesa; a veces sol, sol diferido y deseado, sol: después.
Los villanos son el condimento necesario y atractivo de todas las historias de ficción. Sin embargo, odiados, mal pagos y sin el magnetismo de los héroes, resisten la mirada del público, muchas veces caprichosa e injusta, con los valores fundamentales: el amor por la actuación y la amistad inquebrantable. Paravenirle a Shorty su último deseo, Pere y los otros, formar cuestionar sus convicciones, enfrentar sus miedos y llevar a cabo la acción por fuera de sus escenarios habituales. Sabemos que no todo es lo que parece
La delicadeza con que la autora describe las fuerzas que actúan en el hecho creativo me conmovió profundamente. El relato, minucioso en los detalles y espacial, transporta al lector a un mundo lejano y misterioso y al mismo tiempo conocido, por el hecho de ser profundamente humano.
A poco de andar estamos allí, sintiendo lo que sienten, viviendo lo que viven, oliendo los perfumes de las vides y danzando. Es la magia de este texto maravilloso, apolíneo y dionisíaco, que nos enseña que en el arte somos marionetas de algo más grande y poderoso que nosotros mismos.