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Ana Abregú
N° Pag:61
e-book:4.99 $
Papel:9.99 $
2/1/2022 Amazon.com
ISBN: 9798411127591 Poesía Poemario  
Teorema de la lengua
POSFACIO Un tratado poético del injerto. Teorema de la lengua de Ana Abregú Teorema de la lengua de Ana Abregú se da a leer como una contra-obra, una suerte de diccionario del pensamiento cuyas «entradas» versan precisamente sobre la diversidad tanto de su funcionamiento como de los vacíos que se abren en cada intersticio de las discontinuidades. Identidad, memoria, atención, experiencia, literatura, filosofía, poética, son algunos de los motivos que conforman el horizonte de este texto al que las voces líricas, que enhebran la ilación de las series que lo configuran, aluden elípticamente a través de figuraciones atravesadas por alambicados juegos del lenguaje, diseñando imágenes sobre un telar al que se asoman las derivas insaciables del sentido. Esta obra exhibe la labor de una escritora que despliega una insistencia vinculada a términos sistemáticos como teorema, conjetura, paradoja, hipótesis, semántica, hermenéutica, dispuestos en forma heteróclita y que, por ello, resultan de una originalidad extrema cuando en un gesto de gran atrevimiento reúne esos términos haciéndolos depender de un vínculo de pertenencia a nombres propios como Proclo, Pareto, Novalis, Gadamer. Cada uno de ellos es una cifra incandescente que ilumina las reflexiones, los debates, las consecuencias de sus intervenciones en el campo del saber. Esa encrucijada entre las dos series, la de los conceptos y la de los nombres, requiere atender a los modos de constitución del formato que Ana Abregú ha elegido para disponerlos; ante todo, el presupuesto teórico de que el nombre del autor funciona como índice de una relación de atribución que no participa de la lógica lineal de la determinación, sino que es el resultado de un dispositivo en el que se traman un conjunto de operaciones discursivas de gran complejidad, en Teorema de la lengua la sucesión impone una posibilidad de trastornar certezas, sumado a la hibridación discursiva, todo ello rematado por un envío a Macedonio Fernández, al que homenajea en un significativo epígrafe, asumiendo su poética de lectura. Teorema de la lengua no tiene un tablero de dirección, Ana Abregú confía que alguno de los lectores se animarán a combinar el caleidoscopio con la enciclopedia siguiendo la perspectiva macedoniana: Confío en que no tendré lector seguido. Sería el que puede causar mi fracaso y despojarme de la celebridad que más o menos zurdamente procuro escamotear para alguno de mis personajes. Y eso de fracasar es un lucimiento que no sienta a la edad.Al lector salteado me acojo. Por tanto, se hace necesario deslindar muy bien las tentativas de aproximación a cada uno de los fragmentos poéticos. En mis errancias por la textualidad de la obra, asomado en principio a las formaciones discursivas de la filosofía y la ciencia, moduladas, desde las cadencias y los ritmos de las voces líricas he valorado, primordialmente, la organización alcanzada, entonces, en la apropiación por esta escritura de tensiones temáticas confrontándolas con los desvíos de las imágenes poéticas. Ana Abregú sortea el riesgo de condensarse en una formulación paródica porque quiéralo o no, asume la disposición textual como un deslizamiento estratégico no sólo para comprender su relación con la filosofía y la ciencia, sino para definir el perfil de su poética, pues allí es donde inscribe su escritura especulativa, circundando los bordes de los discursos tradicionales para develar no sólo el hacer poético sino, además, una forma inédita sobre la que se asienta para asumirse en el cuerpo de la letra. En consecuencia, es posible situar Teorema de la lengua en la tradición abierta por Paul Valery para dilucidar cuál es el sesgo de su postura con la filosofía con el fin de comprender lo que puede considerase un capítulo más de lo que se ha llamado, desde Platón, la confrontación entre los filósofos y los poetas. Para Ana Abregú, como para Valéry la victoria es de los poetas, pero en el caso de Teorema de la lengua se ensancha el horizonte de disputa intersectando las tensiones con las discursividades de la ciencia. Ana Abregú, en consonancia con Luwig Wittgenstein, asume que los problemas filosóficos y científicos derivan de un mal uso de la lengua. A las palabras del lenguaje ordinario se les asigna un significado estable, más allá de los contextos de uso, con el fin de crear una impresión del saber, donde no hay tales certezas sino un conjunto de problemas que en el momento de ser precisados se hacen evanescentes. Los galimatías a los que nos conducen los discursos de certeza residen en la ignorancia de lo que Valery llama el carácter transitivo del lenguaje: Uno olvida el rol únicamente transitivo de las palabras, solamente provisional. Uno supone que la palabra tiene un sentido, y que ese sentido representa un ser, es decir, que el funcionamiento de la palabra es independiente de todo y de mi funcionamiento instantáneo en particular. Abregú, situada como poeta, como quien hace poemas, asume la crítica de ciertos términos sólo como una instancia para abordar lo que le interesa: la comprensión del hacer y, en particular, del hacer que crea, considerado por él, como la acción humana más completa en tanto que involucra el mayor número de poderes del espíritu. El título de cada poema siempre funciona como un nombre propio al que replica; inscripto en el margen perdura en un más allá de las voces líricas identificando al texto y, por lo tanto, habilita la posibilidad de referirlo o evocarlo lo cual perturba cierta legalidad de la lengua y del discurso, puesto que introduce un repliegue en las operaciones de denominación y referencia. Si como afirma Jacques Derrida escribir quiere decir injertar. Es la misma palabra, el decir de la cosa es devuelto a su ser-injertado. El injerto no sobreviene a lo propio de la cosa. No hay cosa como tampoco hay texto original. Ana Abregú, en Teorema de la lengua, toma partido por el uso poético de la lengua, a saber, la convicción de que el lenguaje hunde sus raíces en la acción y que es ésta la que le da sentido a las palabras. De ahí que su libro sea un manifiesto en el que se entrecruzan tradiciones y envíos, que tal como he ido citando configuran un modo de proponer que el sentido es inasible y la palabra poética es el mayor desafío de la escritura. El gran hallazgo de Teorema de la lengua es asumir que el sentido de los textos no depende del sentido atribuido a las palabras sino de las cartografías, siempre otras cada vez, en las que se injertan. Roberto Ferro
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